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El caso es que la reunificación alemana tuvo como contexto una reunificación global superior con la que coincidió en el tiempo (1990) y de la que fue capítulo. Se trata de la reunificación que supuso la triple integración en el sistema económico mundial de la URSS, el bloque del Este, China, y, más tarde, India. Una estimación de 2005 calcula que la ampliación del capitalismo y del comercio mundial a esas regiones aportó 1.470 millones de nuevos obreros, doblando la fuerza de trabajo existente hasta entonces en el mundo anterior, separado por sistemas “alternativos” o independientes, que era de 1460 millones52.
Esa transformación mayor alteró la correlación de fuerzas global entre Capital y Trabajo a favor del primero. Abrió ingentes posibilidades a la optimización del beneficio, a la explotación y a la deslocalización, en un contexto que ya venía marcado por lo que se ha venido a llamar la Gran Divergencia.
La Gran Divergencia, que llamaremos Gran Desigualdad, es un concepto acuñado por el economista y premio Nobel Paul
Krugman en un libro de 2007 que lleva por título, The conscience of a liberal. El concepto ofrece la ventaja de que permite al historiador insertar en él la evolución del capitalismo del último medio siglo, como hace nuestro ilustre historiador Josep Fontana en su último libro, que ha llevado al mundo a una desigualdad extrema en la que a una quinta parte de la población del planeta le corresponde solo el 2% del ingreso global, mientras el 20% más rico concentra el 74% de los ingresos53.
Resumiendo la tesis de Krugman que Fontana ha explotado, es la de que a partir de los años setenta el Capital perdió el miedo a los factores que perturbaban, y moderaban, su sueño histórico de dominio y beneficio sin concesiones ni fisuras. Es entonces cuando, aprovechando la primera crisis del petróleo de 1973, se comienza a desmontar el pacto social de posguerra en los países del capitalismo central, pacto que incluía una cierta socialización de la prosperidad, lo que a su vez contribuía a ampliar el consumo y a alimentar el crecimiento. A partir de políticos como Carter, Reagan y Thatcher, eso se sustituye por un enfoque dirigido al enriquecimiento exacerbado de una minoría oligárquica: el enriquecimiento de los más ricos a expensas de trabajadores y clases medias.
Los salarios empezaron a contraerse (un 7% en EE. UU. desde 1975 hasta 2007), la imposición fiscal a ricos y empresas se redujo, la desigualdad social se disparó, arrancó una ofensiva antisindical y se promocionaron toda una serie de consensos de liberalización comercial. La prevención de la inflación y del déficit fueron colocados en el centro de la agenda económica, lo que apartó definitivamente el keynesianismo de posguerra.
Todo eso pudo realizarse gracias a una agresiva campaña ideológica financiada por nuevas instituciones vinculadas a las grandes empresas que colonizaron el poder político e impusieron, en la academia, en los “think tanks” y en los medios de comunicación, el discurso del desmonte paul
atino del Estado social, y del papel del Estado en general, en beneficio de la empresa privada (privatización). El resultado fue un asalto general a la regulación y un enorme incremento de la influencia empresarial en la política.
Liberada de sus límites políticos, y desregulada, la nueva economía dio a su vez lugar a una orgía de especulación y corrupción. El volumen de todas las transacciones financieras ha llegado a ser 75 veces mayor que el de la producción mundial total. Solo los capitales administrados por los llamados hedge fonds pasaron de ser casi el doble que la producción mundial, en 1999, a ser treinta veces en 2010. Esa libertad invitó al público a un general endeudamiento en lugares como EE. UU. o España y desembocó en la explosión de la burbuja de 2007-200854.
El gran reto al hablar de la eurocrisis consiste en insertar apropiadamente a Alemania en este entramado histórico mundial.
Alemania llegó por buenas razones bastante tarde al proceso conocido como Gran Divergencia (Desigualdad). Si sus compañeros anglosajones de bloque habían perdido el miedo mucho antes y derribaban las restricciones con decisión, ella iba con mucho más tiento. Estaba en la primera línea de la guerra fría, tenía incluso enfrente a una pequeña república alemana, la RDA, “alternativa” y guardada por las divisiones soviéticas. Desde su fundación competía con aquella “alternativa” cuya base era la plena estatalización de los medios de producción y el sistema social de educación y sanidad. Por todo ello después de la guerra la RFA había elaborado uno de los consensos más sociales del bloque occidental, el llamado “Modell Deutschland” con su Economía Social de Mercado, el llamado “ordoliberalismo”, que incluía un inusitado derecho de cogestión sindical que daba a los sindicatos una notable participación en las decisiones empresariales. Solo la tardía desaparición de la RDA desató las manos al establishment alemán occidental. La reunificación nacional alemana fue, por eso, pieza fundamental europea de la reunificación mundial que supuso la integración en la globalización de los nuevos actores, de Asia y del Este euroasiático. Y dio lugar a una estrategia exportadora particular para ponerse a tono con la maximización de beneficios, con la Gran Desigualdad, y con las nuevas condiciones internacionales de competitividad.
Para comprender esa estrategia hay que examinar, en primer lugar, el escenario político de la reunificación alemana.
52 Richard Freeman. The doubling of the Global Workforce. Globalist Paper.
53 Datos del PNUD, 2005. El libro de Fontana, Por el bien del Imperio, 2012.
54 Rudolf Hickel. Schöpferische Zerstörung. Warum Deutsche Bank & Co. Zerschlagen werden müssen. En: Blätter für Deutsche und Internationale Politik.