Crisis ética y derecho humano a la vida digna
FEDERICO MAYOR ZARAGOZA
Presidente de la Fundación para una C
ultura de Paz y ex director general de la UNESCO
En primer lugar, deseo agradecer sinceramente al Ararteko que me haya invitado a participar en estas jornadas. También quiero felicitarle por la elección del título de las mismas: “Los derechos sociales en tiempos de c
risis: Hay solución; busquemos alternativas”. Esto es precisamente lo que solicita la sociedad. Ya no se trata de realizar diagnósticos. Hemos llegado a un punto en el que lo realmente importante es la acción.
Nunca los jóvenes estuvieron tan preparados c
omo lo están ahora. Nunca hubo la posibilidad de movilidad geográfica que existe hoy. Hasta hace muy pocos años, la gente nacía, vivía y moría en unos pocos kilómetros c
uadrados. Estaba muy c
onfinada, tanto desde el punto de vista intelectual c
omo territorial. Hasta épocas recientes, sentíamos o nos veíamos obligados a sentir un respeto total hacia el mando, c
uyos designios eran indiscutibles. Históricamente, las mujeres no han participado en la toma de decisiones. Algunos países fomentaban y otros se veían c
ompelidos a aceptar que si quieres la paz, tendrás que prepararte para la guerra. Esta ha sido nuestra historia.
Ahora en lugar de esta historia, tenemos una c
risis, lo que significa que tenemos una oportunidad. Tenemos que buscar alternativas. Porque hay soluciones. Por primera vez en la historia hay soluciones. ¿Por qué? Porque los súbditos, los c
allados, los obedientes, los atemorizados, los silenciosos… todos dejarán por fin de serlo. Este el momento de dejar de ser súbditos para ser c
iudadanos.
Hoy tenemos la oportunidad de materializar la gran visión manifestada en el preámbulo de la C
arta de las Naciones Unidas en 1945. C
on los c
añones aún humeantes, hablaba aquel texto de “Nosotros, los pueblos de las Naciones Unidas”. No se refería a los gobiernos o a los Estados, sino a los pueblos, para afirmar el c
ompromiso de estos para “preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra”, para “reafirmar la fe en los derechos fundamentales”, para promover la justicia y el progreso social.
Tenemos que recuperar aquellos c
ompromisos. Lo que no podemos hacer es dejar a la siguiente generación un desbarajuste c
onceptual. No podemos decirles: “Miren ustedes: las c
ondiciones ambientales se están deteriorando, pero no importa, porque, c
omo nosotros solo podemos estar pendientes del Ibex 35 y tenemos que reducir la prima de riesgo, no tenemos tiempo para frenar el c
alentamiento global”. Esto es inadmisible. Y mientras tanto, llegamos a puntos de no retorno en la destrucción del medio ambiente.
Hace ya muchos años escribí en la pizarra: “Revolución”. Era una época en la que era poco habitual leer esta palabra en las pizarras. Pero después taché rápidamente la “R”, y dije: “Evolución”. C
omo profesor de bioquímica, lo que les recomiendo es la “evolución”. Tenemos que aceptar que hay c
osas que tenemos que c
ambiar, y que hay c
osas que tenemos que c
onservar. Esto es la evolución. Ahora bien, si no viene la evolución, si no somos c
apaces de c
ambiar, entonces vuelve la “R”: “Revolución”. Y la Revolución no suele ser buena, porque va acompañada de violencia. Y la violencia, al final, siempre es mala.
Tenemos que vencer la inercia. Tenemos que decir: “Sí, busquemos alternativas, porque hay soluciones”. Y lo que tenemos que hacer es encontrarlas. Y para encontrarlas, tenemos que c
onocer la realidad. Y la tenemos que c
onocer c
on rigor. Yo soy un c
ientífico, y sé que la realidad, si no la c
onocemos, no la podemos transformar. Si la c
onocemos superficialmente, la podemos transformar superficialmente. Si la c
onocemos en profundidad, la podemos transformar en profundidad.
Uno de los obstáculos más importantes para el rigor y el c
onocimiento c
ientífico es la falta de información. Hay poderosos grupos de interés que nos la ocultan deliberadamente. Uno de ellos, uno de los más importantes, es el dominio militar.
En el año 1961, el presidente Eisenhower c
edía el poder a un joven J. F. Kennedy. En ese momento le dijo algo que luego se supo qué fue: “Señor Presidente: solo hay un poder más importante que el suyo en el mundo; el del c
omplejo bélico industrial de los Estados Unidos”.
Lo tenemos que saber: hay una potencia inmensa que dice: “Si quieres la paz, prepara la guerra. Prepara la guerra… prepárate para la guerra, gastemos para la guerra”. ¡Esto no es tolerable! Por eso, tenemos que buscar alternativas. Tenemos que proponer nuevas soluciones. No podemos mantener estos niveles de gasto militar, que no hacen sino c
ausar muertes y más muertes. Esto ya lo vio el presidente Woodrow Wilson en la Primera Guerra Mundial, lo que le llevó a impulsar la Sociedad de Naciones y proponer el “Convenio para la paz permanente”. Sin embargo, finalmente Estados Unidos no se unió, por decisión del Senado, a la Sociedad de Naciones, porque los poderes fácticos del país insistían en invertir en armamento y seguridad… Y así fue c
omo llegó la Segunda Guerra Mundial, tras la c
ual “Nosotros, los pueblos” asumimos unos c
ompromisos de c
ara al futuro.
Esos c
ompromisos demandan superar la lógica perversa de la seguridad por encima de todo. Hemos de trabajar juntos en c
lave de c
ooperación internacional. La solución del mundo es… ¡compartir! Esto es la democracia, a fin de c
uentas. Es partir c
on los demás lo que tenemos, incluida nuestra experiencia, y nuestros c
onocimientos. Por eso, la C
onstitución de la UNESCO de 1945, que es de una belleza extraordinaria, dice “que una paz fundada exclusivamente en acuerdos políticos y económicos entre gobiernos no podría obtener el apoyo unánime, sincero y perdurable de los pueblos, y que, por c
onsiguiente, esa paz debe basarse en la solidaridad intelectual y moral de la humanidad”, por lo que los Estados, “persuadidos de la necesidad de asegurar a todos el pleno e igual acceso a la educación, la posibilidad de investigar libremente la verdad objetiva y el libre intercambio de ideas y de c
onocimientos, resuelven desarrollar e intensificar las relaciones entre sus pueblos, a fin de que estos se c
omprendan mejor entre sí y adquieran un c
onocimiento más preciso y verdadero de sus respectivas vidas. En c
onsecuencia, c
rean por la presente la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la C
iencia y la C
ultura, c
on el fin de alcanzar gradualmente, mediante la c
ooperación de las naciones del mundo en las esferas de la educación, de la c
iencia y de la c
ultura, los objetivos de paz internacional y de bienestar general de la humanidad, para el logro de los c
uales se han establecido las Naciones Unidas, c
omo proclama su C
arta”. C
uatro son, según la C
onstitución de la UNESCO, los principios democráticos fundamentales: la justicia, la libertad, la solidaridad intelectual y la solidaridad moral. La c
oncurrencia de dichos principios c
onstituye la base para la paz.
Y de la paz a la libertad, la misma libertad que inspiró la adopción de la Declaración Universal de Derechos Humanos en 1948, la que c
oncebía una c
omunidad internacional de pueblos c
ompuestos por seres humanos “libres e iguales en dignidad y derechos (que), dotados de razón y c
onciencia, tienen el deber de c
omportarse fraternalmente los unos c
on los otros”. Esta libertad no es la libertad que decían defender Thatcher y Reagan c
uando sentaron las bases de la globalización. Esta libertad de la que habla la Declaración de 1948 es bien c
ontraria a la que c
onllevó la sustitución de los principios democráticos por las leyes del mercado y de las Naciones Unidad pro grupos plutocráticos.
Mi madre era una mujer muy modesta de origen, pero era una mujer muy inteligente. Recuerdo que, c
uando tenía yo 16 o 17 años, me dijo: “Si quieres ser feliz, no aceptes nunca lo que c
onsideres inaceptable”. Es la lección más importante que he recibido yo en mi vida.
Me temo que hemos aceptado lo inaceptable. Hemos aceptado que nos sustituyan los principios democráticos y la justicia social por el mercado, y hemos aceptado que nos sustituyan un sistema multilateral de relaciones internacionales, c
on todas sus deficiencias, por un sistema de c
orte minimalista tipo G-7, G-8 o G-20 reservado a las potencias más ricas del mundo y, de vez en c
uando, a algunas de las economías emergentes. Hemos aceptado que nos c
ambien la democracia por plutocracia. Y esto es sencillamente inaceptable.
Tenemos que liberarnos del miedo proclamando, c
omo ya hizo de forma maravillosa la Declaración Universal de Derechos Humanos, “como la aspiración más elevada del hombre, el advenimiento de un mundo en que los seres humanos, liberados del temor y de la miseria, disfruten de la libertad de palabra y de la libertad de c
reencias”.
Es la primera de las funciones de la UNESCO, según el artículo primero de su C
onstitución: “Facilitar la libre c
irculación de las ideas por medio de la palabra y de la imagen”.
Lo decía antes: si queremos solucionar un problema, antes tenemos que c
onocerlo. Si lo c
onocemos de una manera parcial, sesgada o epidérmica, la solución será necesariamente ineficaz. Tenemos que entender y resolver la raíz de los problemas. Y para ello es fundamental garantizar la libertad en la producción c
ientífica y el acceso de todas las personas a la c
iencia. Decía el profesor Bernard Lown, Premio Nobel de la Paz en 1985: “Cerremos los ojos y dejemos de ver lo que iluminan los focos de los medios de c
omunicación. Miremos el c
onjunto. Miremos lo invisible. Y entonces sí, entonces sí que veremos el c
uadro. Porque no solo sabremos lo que es extraordinario, lo que es noticia –por eso es noticia: porque es extraordinario–, sino que c
onoceremos la realidad en su c
onjunto. Al ver los invisibles, seremos c
apaces de hacer los imposibles”.
A lo largo de mi vida he tenido la ocasión de visitar África en muchas ocasiones. Los africanos me han enseñado muchas c
osas. C
onociéndoles he descubierto los grandes principios de la vida digna. El derecho a la vida no tiene nada que ver c
on la defensa a ultranza del c
igoto y del feto, c
omo intentan hacernos c
reer algunas instituciones políticas y religiosas. El derecho a la vida no es el derecho a la existencia o a la subsistencia. El derecho a la vida no es derecho auténtico si no protege una vida en dignidad.
El gran problema de nuestro tiempo se llama NTD: Nos Tienen Distraídos. El déficit, la prima de riesgo, el fútbol (y que c
onste que a mí me gusta el fútbol)… Si queremos ser c
iudadanos, tenemos que decir no las distracciones excesivas. Tenemos que liberarnos del miedo y ser rebeldes. Ya lo dice la Declaración Universal de Derechos Humanos: Los c
iudadanos tenemos el “supremo recurso de la rebelión c
ontra la tiranía y la opresión”.
Ser c
iudadanos y no súbditos c
onlleva una gran responsabilidad: No podemos c
ometer más delitos de silencio. C
uando llegué a la Unión Soviética por primera vez me pregunté: ¿Qué es peor, ser silenciado o ser silencioso? Porque el silenciado lo es porque está c
ompelido a serlo. Pero el silencioso lo es porque quiere. Y esto es intolerable. Tenemos que expresarnos en libertad. Tenemos que actuar. Tenemos los medios para hacerlo.
Europa tiene una gran responsabilidad ante sí. En las últimas décadas y en los últimos siglos hemos saqueado recursos naturales por todo el mundo, hemos invadido y ocupado países, hemos alimentado y protegido dictaduras en los mismos países que años atrás habíamos c
olonizado. La actual c
risis tiene que ser una oportunidad para introducir c
ambios radicales en la deriva de Europa. Si queremos evitar el declive ético del c
ontinente, Europa tiene que c
ambiarse a sí misma para jugar un papel distinto en el escenario mundial. Europa tiene que ser fiel al multilateralismo, a la democracia y a la libertad.
Todo esto no es una utopía irrealizable. Es una necesidad. Ya no somos súbditos. Ahora somos c
iudadanos. Es un c
ambio histórico. Tenemos que participar activamente. La democracia no c
onsiste en votar en una urna c
ada c
uatro años. La democracia no c
onsiste en “ser c
ontado”, sino en c
ontar c
omo c
iudadanos. Hoy c
omo c
iudadanos podemos encontrar nuevas soluciones. Hoy los c
iudadanos podemos reforzar las democracias. Hoy los c
iudadanos podemos decir no a un sistema plutocrático de relaciones internacionales. Hoy los c
iudadanos podemos decir no a un sistema económico neoliberal. Vivimos momentos fascinantes. Indignémonos, reaccionemos, actuemos y aceptemos el reto de rechazar lo inaceptable.