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Hace ya muchos años escribí en la pizarra: “Revolución”. Era una época en la que era poco habitual leer esta palabra en las pizarras. Pero después taché rápidamente la “R”, y dije: “Evolución”. Como profesor de bioquímica, lo que les recomiendo es la “evolución”. Tenemos que aceptar que hay cosas que tenemos que cambiar, y que hay cosas que tenemos que conservar. Esto es la evolución. Ahora bien, si no viene la evolución, si no somos capaces de cambiar, entonces vuelve la “R”: “Revolución”. Y la Revolución no suele ser buena, porque va acompañada de violencia. Y la violencia, al final, siempre es mala.

Tenemos que vencer la inercia. Tenemos que decir: “Sí, busquemos alternativas, porque hay soluciones”. Y lo que tenemos que hacer es encontrarlas. Y para encontrarlas, tenemos que conocer la realidad. Y la tenemos que conocer con rigor. Yo soy un científico, y sé que la realidad, si no la conocemos, no la podemos transformar. Si la conocemos superficialmente, la podemos transformar superficialmente. Si la conocemos en profundidad, la podemos transformar en profundidad.

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3. Superando obstáculos: de las armas a la seguridad; de la seguridad a la paz; de la paz a la libertad

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Uno de los obstáculos más importantes para el rigor y el conocimiento científico es la falta de información. Hay poderosos grupos de interés que nos la ocultan deliberadamente. Uno de ellos, uno de los más importantes, es el dominio militar.

En el año 1961, el presidente Eisenhower cedía el poder a un joven J. F. Kennedy. En ese momento le dijo algo que luego se supo qué fue: “Señor Presidente: solo hay un poder más importante que el suyo en el mundo; el del complejo bélico industrial de los Estados Unidos”.

Lo tenemos que saber: hay una potencia inmensa que dice: “Si quieres la paz, prepara la guerra. Prepara la guerra… prepárate para la guerra, gastemos para la guerra”. ¡Esto no es tolerable! Por eso, tenemos que buscar alternativas. Tenemos que proponer nuevas soluciones. No podemos mantener estos niveles de gasto militar, que no hacen sino causar muertes y más muertes. Esto ya lo vio el presidente Woodrow Wilson en la Primera Guerra Mundial, lo que le llevó a impulsar la Sociedad de Naciones y proponer el “Convenio para la paz permanente”. Sin embargo, finalmente Estados Unidos no se unió, por decisión del Senado, a la Sociedad de Naciones, porque los poderes fácticos del país insistían en invertir en armamento y seguridad… Y así fue como llegó la Segunda Guerra Mundial, tras la cual “Nosotros, los pueblos” asumimos unos compromisos de cara al futuro.

Esos compromisos demandan superar la lógica perversa de la seguridad por encima de todo. Hemos de trabajar juntos en clave de cooperación internacional. La solución del mundo es… ¡compartir! Esto es la democracia, a fin de cuentas. Es partir con los demás lo que tenemos, incluida nuestra experiencia, y nuestros conocimientos. Por eso, la Constitución de la UNESCO de 1945, que es de una belleza extraordinaria, dice “que una paz fundada exclusivamente en acuerdos políticos y económicos entre gobiernos no podría obtener el apoyo unánime, sincero y perdurable de los pueblos, y que, por consiguiente, esa paz debe basarse en la solidaridad intelectual y moral de la humanidad”, por lo que los Estados, “persuadidos de la necesidad de asegurar a todos el pleno e igual acceso a la educación, la posibilidad de investigar libremente la verdad objetiva y el libre intercambio de ideas y de conocimientos, resuelven desarrollar e intensificar las relaciones entre sus pueblos, a fin de que estos se comprendan mejor entre sí y adquieran un conocimiento más preciso y verdadero de sus respectivas vidas. En consecuencia, crean por la presente la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, con el fin de alcanzar gradualmente, mediante la cooperación de las naciones del mundo en las esferas de la educación, de la ciencia y de la cultura, los objetivos de paz internacional y de bienestar general de la humanidad, para el logro de los cuales se han establecido las Naciones Unidas, como proclama su Carta”. Cuatro son, según la Constitución de la UNESCO, los principios democráticos fundamentales: la justicia, la libertad, la solidaridad intelectual y la solidaridad moral. La concurrencia de dichos principios constituye la base para la paz.

Y de la paz a la libertad, la misma libertad que inspiró la adopción de la Declaración Universal de Derechos Humanos en 1948, la que concebía una comunidad internacional de pueblos compuestos por seres humanos “libres e iguales en dignidad y derechos (que), dotados de razón y conciencia, tienen el deber de comportarse fraternalmente los unos con los otros”. Esta libertad no es la libertad que decían defender Thatcher y Reagan cuando sentaron las bases de la globalización. Esta libertad de la que habla la Declaración de 1948 es bien contraria a la que conllevó la sustitución de los principios democráticos por las leyes del mercado y de las Naciones Unidad pro grupos plutocráticos.

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4. “Si quieres ser feliz, no aceptes nunca lo que consideres ina­ceptable”

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Mi madre era una mujer muy modesta de origen, pero era una mujer muy inteligente. Recuerdo que, cuando tenía yo 16 o 17 años, me dijo: “Si quieres ser feliz, no aceptes nunca lo que consideres inaceptable”. Es la lección más importante que he recibido yo en mi vida.


Me temo que hemos aceptado lo inaceptable. Hemos aceptado que nos sustituyan los principios democráticos y la justicia social por el mercado, y hemos aceptado que nos sustituyan un sistema multilateral de relaciones internacionales, con todas sus deficiencias, por un sistema de corte minimalista tipo G-7, G-8 o G-20 reservado a las potencias más ricas del mundo y, de vez en cuando, a algunas de las economías emergentes. Hemos aceptado que nos cambien la democracia por plutocracia. Y esto es sencillamente inaceptable.


Tenemos que liberarnos del miedo proclamando, como ya hizo de forma maravillosa la Declaración Universal de Derechos Humanos, “como la aspiración más elevada del hombre, el advenimiento de un mundo en que los seres humanos, liberados del temor y de la miseria, disfruten de la libertad de palabra y de la libertad de creencias”.

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5. Defendamos la libre circulación… de la palabra

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Es la primera de las funciones de la UNESCO, según el artículo primero de su Constitución: “Facilitar la libre circulación de las ideas por medio de la palabra y de la imagen”.


Lo decía antes: si queremos solucionar un problema, antes tenemos que conocerlo. Si lo conocemos de una manera parcial, sesgada o epidérmica, la solución será necesariamente ineficaz. Tenemos que entender y resolver la raíz de los problemas. Y para ello es fundamental garantizar la libertad en la producción científica y el acceso de todas las personas a la ciencia. Decía el profesor Bernard Lown, Premio Nobel de la Paz en 1985: “Cerremos los ojos y dejemos de ver lo que iluminan los focos de los medios de comunicación. Miremos el conjunto. Miremos lo invisible. Y entonces sí, entonces sí que veremos el cuadro. Porque no solo sabremos lo que es extraordinario, lo que es noticia –por eso es noticia: porque es extraordinario–, sino que conoceremos la realidad en su conjunto. Al ver los invisibles, seremos capaces de hacer los imposibles”.

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6. El derecho a la vida digna y el derecho a la resistencia

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A lo largo de mi vida he tenido la ocasión de visitar África en muchas ocasiones. Los africanos me han enseñado muchas cosas. Conociéndoles he descubierto los grandes principios de la vida digna. El derecho a la vida no tiene nada que ver con la defensa a ultranza del cigoto y del feto, como intentan hacernos creer algunas instituciones políticas y religiosas. El derecho a la vida no es el derecho a la existencia o a la subsistencia. El derecho a la vida no es derecho auténtico si no protege una vida en dignidad.


El gran problema de nuestro tiempo se llama NTD: Nos Tienen Distraídos. El déficit, la prima de riesgo, el fútbol (y que conste que a mí me gusta el fútbol)… Si queremos ser ciudadanos, tenemos que decir no las distracciones excesivas. Tenemos que liberarnos del miedo y ser rebeldes. Ya lo dice la Declaración Universal de Derechos Humanos: Los ciudadanos tenemos el “supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión”.

7. A modo de conclusión: no cometamos más delitos de silencio

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Ser ciudadanos y no súbditos conlleva una gran responsabilidad: No podemos cometer más delitos de silencio. Cuando llegué a la Unión Soviética por primera vez me pregunté: ¿Qué es peor, ser silenciado o ser silencioso? Porque el silenciado lo es porque está compelido a serlo. Pero el silencioso lo es porque quiere. Y esto es intolerable. Tenemos que expresarnos en libertad. Tenemos que actuar. Tenemos los medios para hacerlo.


Europa tiene una gran responsabilidad ante sí. En las últimas décadas y en los últimos siglos hemos saqueado recursos naturales por todo el mundo, hemos invadido y ocupado países, hemos alimentado y protegido dictaduras en los mismos países que años atrás habíamos colonizado. La actual crisis tiene que ser una oportunidad para introducir cambios radicales en la deriva de Europa. Si queremos evitar el declive ético del continente, Europa tiene que cambiarse a sí misma para jugar un papel distinto en el escenario mundial. Europa tiene que ser fiel al multilateralismo, a la democracia y a la libertad.


Todo esto no es una utopía irrealizable. Es una necesidad. Ya no somos súbditos. Ahora somos ciudadanos. Es un cambio histórico. Tenemos que participar activamente. La democracia no consiste en votar en una urna cada cuatro años. La democracia no consiste en “ser contado”, sino en contar como ciudadanos. Hoy como ciudadanos podemos encontrar nuevas soluciones. Hoy los ciudadanos podemos reforzar las democracias. Hoy los ciudadanos podemos decir no a un sistema plutocrático de relaciones internacionales. Hoy los ciudadanos podemos decir no a un sistema económico neoliberal. Vivimos momentos fascinantes. Indignémonos, reaccionemos, actuemos y aceptemos el reto de rechazar lo inaceptable.

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