II.3. ¿Qué hemos hecho con Grecia?
La gestión que las autoridades europeas han hecho de la crisis griega no podía haber sido peor. Es hora de decir alto y claro por parte de quienes defendemos los derechos humanos que existe una corresponsabilidad por parte de los responsables políticos de la UE ante la situación de pobreza, hambre y angustia que vive una buena parte de la ciudadanía griega.
En primer lugar, porque se sabía o se tenía que saber cuál era el estado real de la economía y de las cuentas públicas de Grecia cuando ingresó en la Unión y después en la Zona Euro. No puede ser que cuando el Gobierno de Papandreu desvela en octubre de 2009 las verdaderas cifras del déficit presupuestario y de la deuda pública de su país, lo cual llevaba implícito que el anterior gobierno conservador de Karamanlis había engañado a la Comisión Europea, ni el Ejecutivo europeo, ni el Consejo, ni el comisario de Economía, ni el Ecofin, ni el Eurogrupo, ni el Banco Central Europeo, ni el FMI, ni las agencias de rating no tuviesen información previamente sobre esos números. Si lo sabían mal y si no lo sabían peor. En cualquier caso, el haber aceptado a Grecia en la UE y en la Eurozona conlleva necesariamente una corresponsabilidad en la gestión de la crisis y en la resolución del problema. Insistimos: para la resolución del problema, no para su agravamiento.
Grecia representa el 2% del PIB europeo. La deuda pública a finales de 2009 ascendía a casi 300.000 millones de euros según datos del Eurostat. Según Rafael Pampillón, profesor del Instituto de Empresa (IE), buena parte de la deuda griega se debía a la banca francesa (73.000 millones de dólares, 2,6% del PIB francés) y a la alemana (38.000 millones, 1,1% del PIB alemán). Una acción decidida e inmediata de las autoridades de la Unión y del Banco Central Europeo, habilitando una línea de crédito a un interés bajo (el 1% legal establecido por el BCE, por ejemplo) e impulsando, junto con el Gobierno griego, una política económica que aunase disciplina presupuestaria con estímulos para garantizar la sostenibilidad económica habría encauzado el problema. Es cierto que los mercados habían puesto el foco ya en Portugal, Irlanda, España e Italia y que cualquier solución aplicada a Grecia habría sido reclamada para que fuese aplicada en los citados países. Pero no es menos cierto, en opinión de numerosos expertos, que una acción decidida y eficaz por parte de las autoridades de la Unión habría enviado un mensaje contundente a los mercados, en el sentido de que los problemas de cualquier país de la Eurozona eran problemas compartidos y asumidos por el conjunto de los países que la forman. Eso hubiese supuesto, segura
mente, una reacción contraria de la opinión pública de algunos países (Alemania, Finlandia, Holanda, etc.) pero es responsabilidad de las autoridades políticas adoptar a veces medidas impopulares y explicarlas con honestidad, altura de miras y visión histórica. En todo caso, es evidente que las decisiones adoptadas fueron equivocadas porque con el tiempo han agravado notablemente la situación.
Tras un proceso tormentoso y plagado de dificultades y desconfianzas, se aprueba en mayo de 2010 una ayuda económica a Grecia por importe de 110.000 millones de euros (80.000 la UE y 30.000 el FMI). La ayuda cubre algo más de la tercera parte de la deuda soberana, se concede a un tipo de interés (al principio al 5%, pero se va ajustando a la baja –al 4,2%, 3,5%…– porque se constata que incrementa notablemente los gastos financieros) superior al fijado por el BCE, y con un plazo corto de devolución y a cambio de exigir recortes draconianos en el gasto público y un aumento de impuestos que asfixian la economía griega. El resultado es bien conocido: los ingresos públicos han caído a plomo, ha aumentado el fraude fiscal y la evasión de capitales, también la economía sumergida, se han incrementado notablemente el paro y con ello las necesidades de gasto social... También han aumentado sustancialmente los gastos financieros, puesto que si elevado es el interés que la UE y el FMI le imponen a los préstamos concedidos, es aún mayor el interés que Grecia tiene que pagar por colocar en el mercado los bonos que necesita para pagar la parte de la deuda que no cubren los citados préstamos y poder tener liquidez para poder hacer frente a las obligaciones de pago de las administraciones públicas: los bonos a diez años tienen que pagar un interés no menor al 7% al principio, cifra que va subiendo a medida que la crisis se agudiza hasta llegar al 13% o más. El 31 de diciembre de 2011 la deuda pública griega, según datos del Eurostat, es de 355.000 millones de euros, es decir pese al préstamo concedido y pese a los drásticos recortes de gasto público y social ha aumentado en estos dos últimos años.
El rescate aprobado en mayo de 2010 ha fracasado y se ha tenido que aprobar un segundo rescate o ayuda, que tras un complejísimo y enrevesado proceso y tras una reunión de trece horas ve la luz el 21 de febrero de este año. El nuevo plan descansa en dos pilares: una nueva ayuda por importe de 130.000 millones de euros (a un interés esta vez de 1,5%) y una reducción en 107.000 millones de la deuda griega a base de canjear los bonos griegos que los inversores tienen en sus manos por otros nuevos con un 53,5% menos de valor nominal. La ejecución de este segundo plan está plagada de dificultades puesto que la materialización de la ayuda pública está supeditada a nuevos recortes y sacrificios, que los electores griegos han rechazado votando mayoritariamente en las recientes elecciones celebradas el 6 de mayo a favor de los partidos que se han opuesto a los mismos. Y por lo que respecta al canje de los bonos hay incógnitas sin despejar como el efecto que tendrá esta quita en la activación de los CDS o seguros de impago y las consecuencias que ello acarrearía. Responsables de la llamada “troika” (técnicos de la Comisión Europea, del BCE y del FMI) y algunos analistas han expresado, antes de que se ejecute el segundo plan de rescate, que aún está en el aire, que hará falta un segundo rescate puesto que la economía griega se halla en estado de coma y los ingresos fiscales continúan cayendo.
En Grecia, según denuncian varias ONG, hay familias con niños que están pasando hambre. La tasa de suicidios se ha disparado. Tuvo una gran repercusión mediática en toda Europa y supuso una conmoción social en Grecia el suicidio, el pasado 4 de abril, de un farmacéutico jubilado de 77 años, Dimitris Christoulas que se pegó un tiro en la cabeza cerca del Parlamento dejando una nota manuscrita en su bolsillo: “Soy jubilado. No puedo vivir en estas condiciones. Me niego a buscar comida en la basura. Por eso he decidido poner fin a mi vida”. La periodista María Antonia Sánchez-Vallejo firmaba una crónica el 12 de mayo en Atenas en la que daba cifras escalofriantes: más de una tercera parte de la población está por debajo del umbral de pobreza, el 53% de los jóvenes está en paro y los hogares ingresan la mitad de dinero que en 2010. Sabido es que la xenofobia está aumentando espectacularmente en el país helénico y que un grupo abiertamente neonazi, que exigió a los periodistas que se levantasen para saludar a su líder en su primera comparecencia tras las elecciones, ha entrado en el Parlamento griego con un 6,92% de apoyo popular (426 mil votos).
La gran paradoja, en cualquier caso, es que Europa, la Unión Europea, está dejando que se hunda la cuna de la civilización y de la cultura europea. El país de los padres de la filosofía europea y mundial, donde se inventó la democracia y la política, donde se establecieron los primeros principios importantes de muchas ciencias (de las matemáticas, de la medicina, de la astronomía etc.) donde nació el teatro, donde nació Homero, donde surgieron los juegos olímpicos y tiene sus raíces la carrera maratón, el país que influyó decisivamente en las bases culturales, religiosas y civilizatorias de la Roma clásica… Pues bien, Grecia se está desangrando ante nuestros ojos sin que nuestra conciencia europea, si es que existe, se inmute ni se conmueva. Una Europa dominada por los intereses de los bancos y gestionada por eurócratas bajo la responsabilidad de unos dirigentes políticos que velan por sus intereses político-electorales nacionales cortoplacistas se muestra incapaz de hallar una solución eficaz a una situación que empeora cada día que pasa. Y los ciudadanos y ciudadanas europeos no estamos siendo capaz de mostrar nuestra solidaridad con nuestros conciudadanos griegos ni de presionar a nuestros gobernantes para que asuman consecuentemente su responsabilidad europea con respecto a ese país nuclear de Europa. El caso es que los ciudadanos y ciudadanas de Europa no seríamos lo que somos sin los grandes hombres y mujeres de la Antigua Grecia: sin Sócrates, Platón, Aristóteles o Anaxágoras, sin Eurípides, Homero, Aristófanes, Píndaro o Sófocles, sin Safo, sin Alejandro Magno, sin Pericles o Demóstenes, sin Hipócrates, sin Pitágoras, Arquímedes o Euclides, sin Tales de Mileto o Aspasia, sin Heródoto o Tucídides, sin Fidias o Mirón, etc.