0)
El título de esta c
ontribución es algo engañoso, porque los términos crisis y reunificación suelen ser entendidos en un sentido restringido. C
risis c
omo c
risis financiera, o eurocrisis, y reunificación c
omo el proceso que c
oncluyó c
on la anexión de la antigua Alemania del Este (RDA), por la Alemania del Oeste (RFA), en 1990. Vamos a hablar de eso, sí, pero también vamos a intentar no perder de vista la visión general, tanto de la verdadera c
risis c
omo de la verdadera reunificación, entendidos ambos c
onceptos c
omo fenómenos globales e históricos alejados de c
lichés provincianos o de las meras c
urvas y c
iclos de la economía.
Cuando hablamos de c
risis nos referimos a una realidad c
on tres niveles. Uno es el financiero, el desmoronamiento del piramidal c
astillo de naipes especulativo/ladrón. El segundo es la c
onsecuencia que ese desmoronamiento tiene en la economía real, c
on empresas que c
ierran, sectores inflados que se desinflan, gente que pierde su trabajo y una generación de jóvenes sin futuro. El tercer nivel es el principal: se trata de la c
risis asociada al cambio global antropogénico del que el c
alentamiento global es el escenario más c
onocido y popular. Este tercer nivel es superior, porque c
ontiene los demás niveles y mucho más. A su lado la c
risis del neoliberalismo es algo anecdótico, una nota a pie de página.
No olvidemos que la misma enfermedad del c
recimiento a toda c
osta para lograr beneficios que alimenta el c
alentamiento global es la que ha ocasionado la crisis financiera, sus burbujas y desfalcos. Por eso, el gran reto al sentido c
omún de la c
risis neoliberal c
uando apareció en 2008, era aprovecharla para atajar toda la c
risis en su c
onjunto, potenciando una transición energética, un c
ambio de modelo, de c
ontabilidad, de racionalidad económica, de relación c
on el medio y, naturalmente, un c
ambio de valores. No me refiero a una especie de súbita revolución mágica, sino a programas que avanzaran en esa dirección. Lo que se denominó New Green Deal apuntaba en esa línea.
De momento ni siquiera se ha reconocido la c
risis del neoliberalismo y la c
risis financiera se afronta c
on recetas neoliberales y leyendas nacionales que nos llevan de regreso al siglo XIX. Respecto a la verdadera c
risis, la última c
umbre de la ONU sobre c
ambio c
limático en Durban (diciembre de 2011) ha dejado bien c
laro el desfase entre la urgencia del c
ambio que se precisa y la c
eguera de la respuesta. Todo sumado, resulta difícil imaginar una situación más necia y miserable.
Cuando las instituciones internacionales c
omo la ONU ya llevan años dedicando grandes eventos, esfuerzos y acuerdos al c
alentamiento global, las políticas económicas nacionales deberían poner el c
ambio de modelo en el c
entro de su estrategia a medio y largo plazo. La transición energética exige estrategias a quince, veinte, treinta años vista, pero la mirada de nuestros gobernantes no alcanza mucho más allá de las próximas elecciones. Al mismo tiempo, la estructura económica-empresarial regida por el beneficio que domina el sector energético, determina mucho c
ualquier proyecto de c
ambio: los mismos monopolios e intereses que alimentan el c
alentamiento son los nuevos líderes eólicos y solares. Las nuevas energías en manos de las viejas estructuras sin duda no son lo mismo, pero tampoco son la solución. No se saldrá de esta c
risis sin profundas reformas estructurales e institucionales. Tales reformas precisan de un fuerte movimiento social internacional.
Otro aspecto que c
onviene recordar es que la c
risis ha sido el medio ambiente “natural” en el que han vivido c
entenares de millones de seres humanos en el tercer mundo. Los pobres del mundo nunca tuvieron vida sin c
risis. Tuvieron siempre problemas de alimentación, de escolarización, de sanidad, de trabajo y también son los que más sufren el deterioro ambiental. Lo nuevo de la actual c
risis económica es que ahora algo de eso se nota también en los países c
entrales, que evidentemente son sociedades de c
lases en los que la mayoría pierde, pero una minoría de tipo oligárquico dirige las c
osas para seguir beneficiándose de la situación e imponer un gran retroceso. La segunda c
onsideración es sobre el c
oncepto de reunificación.
1)
El c
aso es que la reunificación alemana tuvo c
omo c
ontexto una reunificación global superior c
on la que c
oincidió en el tiempo (1990) y de la que fue c
apítulo. Se trata de la reunificación que supuso la triple integración en el sistema económico mundial de la URSS, el bloque del Este, C
hina, y, más tarde, India. Una estimación de 2005 c
alcula que la ampliación del c
apitalismo y del c
omercio mundial a esas regiones aportó 1.470 millones de nuevos obreros, doblando la fuerza de trabajo existente hasta entonces en el mundo anterior, separado por sistemas “alternativos” o independientes, que era de 1460 millones52.
Esa transformación mayor alteró la c
orrelación de fuerzas global entre C
apital y Trabajo a favor del primero. Abrió ingentes posibilidades a la optimización del beneficio, a la explotación y a la deslocalización, en un c
ontexto que ya venía marcado por lo que se ha venido a llamar la Gran Divergencia.
La Gran Divergencia, que llamaremos Gran Desigualdad, es un c
oncepto acuñado por el economista y premio Nobel Paul Krugman en un libro de 2007 que lleva por título, The c
onscience of a liberal. El c
oncepto ofrece la ventaja de que permite al historiador insertar en él la evolución del c
apitalismo del último medio siglo, c
omo hace nuestro ilustre historiador Josep Fontana en su último libro, que ha llevado al mundo a una desigualdad extrema en la que a una quinta parte de la población del planeta le c
orresponde solo el 2% del ingreso global, mientras el 20% más rico c
oncentra el 74% de los ingresos53.
Resumiendo la tesis de Krugman que Fontana ha explotado, es la de que a partir de los años setenta el C
apital perdió el miedo a los factores que perturbaban, y moderaban, su sueño histórico de dominio y beneficio sin c
oncesiones ni fisuras. Es entonces c
uando, aprovechando la primera c
risis del petróleo de 1973, se c
omienza a desmontar el pacto social de posguerra en los países del c
apitalismo c
entral, pacto que incluía una c
ierta socialización de la prosperidad, lo que a su vez c
ontribuía a ampliar el c
onsumo y a alimentar el c
recimiento. A partir de políticos c
omo C
arter, Reagan y Thatcher, eso se sustituye por un enfoque dirigido al enriquecimiento exacerbado de una minoría oligárquica: el enriquecimiento de los más ricos a expensas de trabajadores y c
lases medias.
Los salarios empezaron a c
ontraerse (un 7% en EE. UU. desde 1975 hasta 2007), la imposición fiscal a ricos y empresas se redujo, la desigualdad social se disparó, arrancó una ofensiva antisindical y se promocionaron toda una serie de c
onsensos de liberalización c
omercial. La prevención de la inflación y del déficit fueron c
olocados en el c
entro de la agenda económica, lo que apartó definitivamente el keynesianismo de posguerra.
Todo eso pudo realizarse gracias a una agresiva c
ampaña ideológica financiada por nuevas instituciones vinculadas a las grandes empresas que c
olonizaron el poder político e impusieron, en la academia, en los “think tanks” y en los medios de c
omunicación, el discurso del desmonte paulatino del Estado social, y del papel del Estado en general, en beneficio de la empresa privada (privatización). El resultado fue un asalto general a la regulación y un enorme incremento de la influencia empresarial en la política.
Liberada de sus límites políticos, y desregulada, la nueva economía dio a su vez lugar a una orgía de especulación y c
orrupción. El volumen de todas las transacciones financieras ha llegado a ser 75 veces mayor que el de la producción mundial total. Solo los c
apitales administrados por los llamados hedge fonds pasaron de ser c
asi el doble que la producción mundial, en 1999, a ser treinta veces en 2010. Esa libertad invitó al público a un general endeudamiento en lugares c
omo EE. UU. o España y desembocó en la explosión de la burbuja de 2007-200854.
El gran reto al hablar de la eurocrisis c
onsiste en insertar apropiadamente a Alemania en este entramado histórico mundial.
Alemania llegó por buenas razones bastante tarde al proceso c
onocido c
omo Gran Divergencia (Desigualdad). Si sus c
ompañeros anglosajones de bloque habían perdido el miedo mucho antes y derribaban las restricciones c
on decisión, ella iba c
on mucho más tiento. Estaba en la primera línea de la guerra fría, tenía incluso enfrente a una pequeña república alemana, la RDA, “alternativa” y guardada por las divisiones soviéticas. Desde su fundación c
ompetía c
on aquella “alternativa” c
uya base era la plena estatalización de los medios de producción y el sistema social de educación y sanidad. Por todo ello después de la guerra la RFA había elaborado uno de los c
onsensos más sociales del bloque occidental, el llamado “Modell Deutschland” c
on su Economía Social de Mercado, el llamado “ordoliberalismo”, que incluía un inusitado derecho de c
ogestión sindical que daba a los sindicatos una notable participación en las decisiones empresariales. Solo la tardía desaparición de la RDA desató las manos al establishment alemán occidental. La reunificación nacional alemana fue, por eso, pieza fundamental europea de la reunificación mundial que supuso la integración en la globalización de los nuevos actores, de Asia y del Este euroasiático. Y dio lugar a una estrategia exportadora particular para ponerse a tono c
on la maximización de beneficios, c
on la Gran Desigualdad, y c
on las nuevas c
ondiciones internacionales de c
ompetitividad.
Para c
omprender esa estrategia hay que examinar, en primer lugar, el escenario político de la reunificación alemana.
52 Richard Freeman. The doubling of the Global Workforce. Globalist Paper.
53 Datos del PNUD, 2005. El libro de Fontana, Por el bien del Imperio, 2012.
54 Rudolf Hickel. Schöpferische Zerstörung. Warum Deutsche Bank & C
o. Zerschlagen werden müssen. En: Blätter für Deutsche und Internationale Politik.
2)
A finales de los años ochenta el gobierno c
onservador del C
anciller Helmut Kohl estaba desgastado y de c
apa c
aída. En las siguientes elecciones iba a ser desplazado del poder por los socialdemócratas. El movimiento social de los alemanes del Este, que la perestroika soviética puso en marcha y que determinó que las autoridades de la RDA abrieran el muro y accedieran a la quiebra de su régimen pacíficamente, abrió unas inesperadas nuevas posibilidades para Kohl y los suyos. El reto de la derecha c
onservadora de Bonn era c
ómo instrumentalizar la nueva situación para mantenerse políticamente en el poder unos c
uantos años más. La c
ultura política de la oposición de la RDA, que c
on la quiebra del régimen pasó en c
uatro días de un estatuto marginal a una posición dirigente, era un problema para aquel propósito.
A diferencia del resto de los movimientos disidentes del Este de Europa, que tuve ocasión de c
onocer a fondo en la primera mitad de los años ochenta, la oposición germano-oriental, encabezada por escritores, intelectuales, jóvenes antimilitaristas y teólogos de la iglesia protestante, era bastante socialista e incluía una fuerte impronta verde-ecologista, doble resultado de las influencias del movimiento verde alemán occidental y de la desastrosa degradación del medio ambiente que dejaba el uso intensivo de c
arbón en la industria de la RDA. Todo eso, así c
omo el propósito de dignificar tras la c
aída del régimen un Estado que no se c
onsideraba nefasto por socialista sino por dictatorial, se reflejaba bastante c
laramente en los programas de las organizaciones que asomaron en vísperas de la reunificación.
Recordemos que el Neues Forum abogaba por una “fuerte participación de los trabajadores”, la Initiative für Frieden und Menschenrechte quería “estructuras descentralizadas y autogestionadas”, la Vereinigte Linke proponía un “control c
olectivo de los trabajadores sobre las empresas y la sociedad” y hablaba de una “socialización de verdad” en lugar de la “socialización formal-estatal”, y que el programa del SPD del Este abogaba por una, “economía social de mercado orientada ecológicamente”.
Esa c
ultura vaticinaba una perspectiva de reunificación c
ompleja entre dos Estados, si no iguales –el desequilibrio de potencia entre la RFA y la RDA era manifiesto– sí por lo menos igualmente soberanos. Lo que llamaremos el “programa disidente” de los opositores de la RDA era c
rítico y escéptico hacia la posibilidad de una súbita unificación. En noviembre de 1989, pocos días después de la apertura del muro, visité Berlín Este en un viaje relámpago desde Moscú, donde vivía en aquella época. Tres años antes en mi última entrevista c
on disidentes de la RDA, uno de ellos me había dicho, “lo que pase aquí depende de c
ómo vayan las c
osas en Moscú”. Para 1989, en Moscú las c
osas habían evolucionado de la peor forma posible para el régimen germano-oriental, hacia una inusitada liberalización, y de la mejor imaginable para el movimiento social. En c
asa de Gerd Poppe, líder de la Initiative für Frieden und Menschenrechte leí la declaración de Neues Forum sobre la c
aída del muro: “Hemos esperado este día durante c
asi treinta años, es un día de fiesta”, decía. Pero su c
ontenido expresaba más alarma que fiesta: “quienes vivieron antes de 1961 (el año de la c
onstrucción del muro) c
onocen los peligros que nos amenazan: venta de nuestros valores y bienes a empresarios occidentales, mercado negro, y c
ontrabando de divisas… No queremos c
undir el pánico, ni nos oponemos a la urgente y necesaria c
ooperación económica c
on el Oeste, pero llamamos a no c
ontribuir a las amenazantes c
onsecuencias de la c
risis”. La declaración subrayaba una emancipada c
iudadanía germano-oriental desmarcada de la RFA: “Seguiremos siendo pobres aún mucho tiempo, pero no queremos una sociedad en la que especuladores y c
ompetidores nos saquen el jugo. Sois los héroes de una revolución política, no os dejéis inmovilizar por viajes e inyecciones c
onsumistas… Habéis destituido al Politburó y derribado el muro, exigid elecciones libres para una verdadera representación popular sin dirigentes impuestos. No se os preguntó ni por la c
onstrucción del muro ni por su apertura; no dejéis ahora que os impongan un c
oncepto de saneamiento económico que nos c
onvierta en el patio trasero y reserva de mano de obra barata de Occidente”. “No queremos c
onvertirnos en el último estado federal de la RFA”, me dijo Poppe al despedirnos55.
Esta c
ultura política de los disidentes de la RDA sugería un escenario de reunificación a largo plazo c
on c
iertas posibilidades de síntesis: una nueva Alemania c
on una nueva c
onstitución que aboliera la vigente prohibición de huelga política, o la existencia de una policía política –la c
élebre Stasi del Este y el BfV del Oeste–. Una Alemania que asumiera la igualdad c
omo valor c
onstitucional c
entral. Un país no solo sin tropas soviéticas, sino también sin tropas americanas, sin bases extranjeras ni armas nucleares y sin pertenencia a la OTAN, lo que habría acabado definitivamente c
on esta organización y c
on la subordinación de Europa a EE. UU. en materia de política exterior y de defensa. Una nueva Alemania que dibujara un segundo “Modell Deutschland”, c
on determinadas c
oncesiones del c
apital a un orden más social en la nación y más respetuoso c
on el medio ambiente a c
ambio de la reunificación.
Todo ese potencial fue barrido de un plumazo por lo que el joven escritor germano-oriental Ingo Schulze describe c
omo, “una oferta maravillosa” del c
anciller Helmut Kohl y sus rodados asesores de Bonn, “que se impuso sobre c
ualquier c
onsideración c
rítica”56. Kohl estableció, en mayo de 1990, la paridad 1-1 entre el Deutsche Mark y el marco del Este para ahorros de 6.000 marcos (una fortuna en la RDA, y dos meses de sueldo de un periodista de la RFA de entonces) y de 1-2 para patrimonios más altos. Los alemanes del Este sintieron c
omo si les hubiera tocado la lotería. En julio Kohl les prometió c
onvertir sus regiones en “paisajes floridos” (“blühenden Landschaften”) y lo realizó en un primer momento, por lo menos en la imaginación, c
on la mencionada paridad. En aquella euforia c
argada de promesas de abundancia, los discursos y voluntades mayoritariamente verdes y socialistoides de escritores, intelectuales y disidentes se disolvieron c
omo un bloque de hielo al sol entre las luces e impactos sicológicos de las experiencias directas de la gente c
omún c
on la prosperidad del Oeste. Esa “oferta maravillosa” llevó a la gente a votar primero al partido de Kohl en las elecciones de marzo de 1990, y a quienes favorecían una simple anexión de la RDA por el c
uadro socio-económico y c
onstitucional de la RFA en septiembre.
Mucho de todo este giro radical, resulta incomprensible sin atender a la frenética rapidez de la espiral de sucesos y a las súbitas y vivas emociones que aquella etapa c
onoció. El mérito de Helmuth Kohl y de los veteranos políticos de la derecha empresarial de Bonn fue una hábil y rápida administración de esa situación, que deslumbró a la gente c
omún del Este c
on las luces y expectativas de una rápida mejora material y acabó transformando el orgulloso y rebelde “Wir sind das Volk” (“el pueblo somos nosotros”) del otoño de 1989, en un mucho más moldeable “Wir sind ein Volk” (“somos un pueblo”) que subrayaba la unidad nacional y fue tomando fuerza a partir de la apertura del muro para imponerse en 1990.
En el orden internacional, que la reunificación alemana se resolviera no mediante alguna forma de síntesis sino c
on una simple anexión, tuvo c
onsecuencias mayores. Para Estados Unidos, lo más importante de la reunificación alemana era que, “Alemania siguiera en la OTAN porque de esa forma la influencia de América en Europa quedaba garantizada”. Así lo aclara C
ondoleezza Rice que durante los hechos era c
onsejera de la C
asa Blanca para el tema alemán. Rice repitió hasta seis veces ese punto en una entrevista c
on Der Spiegel publicada en septiembre de 2009. “Lo que no fuera eso, habría equivalido a una c
apitulación de América”, dijo. Kohl sabía que garantizándoles la c
ontinuidad de la OTAN tendría a los americanos de su parte. Respecto a los soviéticos, simplemente no tenían una política para sacarle partido a su histórica retirada de Europa c
entral/oriental, de la que Alemania era el c
entro. C
omo explico en mi libro sobre la transición rusa, en Moscú se propició una quiebra optimista del orden europeo c
uyo resultado fue desaprovechar la oportunidad para c
rear un sistema de seguridad unificado y sin bloques, de Lisboa a Vladivostok. La mayoría de los alemanes, del Este y del Oeste, –y esto lo reconoce el propio Kohl en sus memorias– preferían una Alemania fuera de la OTAN. Las encuestas de febrero de 1990 otorgaban un apoyo del 60% a ese escenario. Ni Moscú, ni las fuerzas políticas alemanas jugaron c
on eso y la ocasión se perdió. La c
onsecuencia fue una guerra en Yugoslavia, c
uyo sentido esencial fue dar razón de ser a una OTAN en paro, y más tarde la institucionalización del intervencionismo militar, alemán y europeo, en el mundo de la mano de una OTAN globalizada57.
Algunos historiadores describen a Alemania c
omo nación de revoluciones fallidas. C
on su reunificación de 1990, el país hizo honor a esa tradición. La reunificación, ambiguamente descrita por el establishment alemán c
omo “Wende” (cambio, giro) y c
elebrada institucionalmente c
omo una gesta popular, tuvo lugar, pero la simple realidad es que su vector popular no impuso ningún c
ambio significativo de futuro en la nueva situación, y que se dejó secuestrar por la derecha y los poderes fácticos del Oeste c
uyo programa para el Este era una anexión restauradora. Todo el Este de Europa (excepto la Yugoslavia no alineada, lo que explica mucho por qué se promocionó desde fuera la desintegración nacional, que, desde luego, también tenía c
laros factores internos) siguió la misma pauta: por un lado las sociedades se liberaron y normalizaron en muchos aspectos, un bien indiscutible, pero el precio fue una hegemonía de las fuerzas c
onservadoras y una c
ontinuidad del orden subordinado posterior a 1945, ahora c
on una sola potencia. Todo ello dio alas a la “Gran Desigualdad” en los últimos baluartes de la Europa social.
55 En Poch-de-Feliu, 2003, La Gran Transición. Rusia 1985-2002.
56 Entrevista c
on el autor, Berlín 2010.
57 Véase Rice y Zelikov, Sternstunde der Diplomatie. Die Deutsche Einheit und das Ende der Spaltung Europas. Berlín, 1997. Kohl, Ich wollte Deutschlands Einheit, 1996. Para los aspectos del proceso en Moscú, La Gran Transición.
3)
El gobierno de transición de la RDA había c
reado una institución fiduciaria, el Treuhandanstalt, en c
uyas manos se puso la administración de toda la propiedad del país c
on la misión de, “mantenerla para el pueblo de la RDA”. Ya en junio de 1990 el primer gobierno electo de la RDA, dominado por los satélites de la C
DU de Helmut Kohl, c
onvirtió el Treuhandanstalt en un aparato para la privatización, vía restitución (a antiguos propietarios) o venta, de la propiedad pública. Una posibilidad de tercera vía socializante fue c
onvertida, sin la menor c
onsulta social expresa, en mera restauración del orden anterior a la existencia de la RDA mediante la privatización del patrimonio nacional. El proceso fue menos c
leptocrático que en otros países del Este, por no hablar de la URSS, pero en esa restauración los alemanes del Este, antiguos teóricos c
opropietarios del pastel, fueron excluidos y desposeídos, lo que el posteriormente ministro del interior, Otto Schily c
alificó de “gigantesca expropiación”.
Para 1994, 8000 empresas del Este ya estaban en manos de “inversores privados” del Oeste, habían sido c
erradas o adquiridas a precio de ganga, y 2,5 millones de los 16 millones de habitantes de la RDA se habían quedado sin trabajo, porque el tejido industrial de su antiguo país había desaparecido, en gran parte c
omo c
onsecuencia de la c
atastrófica asfixia que la paridad monetaria había tenido para las empresas.
Resumiendo: el objetivo político c
ortoplacista de Kohl de la reunificación, lograr que los c
onservadores alemanes se mantuvieran en el poder gracias al voto de los 16 nuevos millones de electores del Este, se logró: Kohl y su C
DU se mantuvieron ocho años más en el gobierno, pero el c
oste económico de aquellas “ofertas maravillosas” que hicieron posible esa victoria, fue astronómico. El desarrollo de Alemania del Este c
ostó “dos billones de euros” y ha sido descrito c
omo, “el mayor programa keynesiano de la historia”. Exigió nuevos impuestos, grandes desembolsos sociales para c
ubrir a millones de nuevos parados y jubilados, enormes inversiones ambientales y en infraestructuras que se restaron a la innovación productiva y generaron grandes deudas públicas. La política de Kohl en la reunificación fue una victoria política para la derecha de Bonn, pero desencadenó una c
risis económica de diez años: diez años de endeudamiento y grandes gastos tras la reunificación es lo que explica el actual apego alemán por la austeridad, mucho más que el tópicamente c
itado recuerdo de la gran inflación de la República de Weimar sobre la que ya no hay memoria generacional viva. Un importante observador financiero evoca así aquella época:
“La reunificación fue exitosa solo parcialmente. C
on ella no solo tuvimos unos c
ostes laborales por unidad mayores que nuestros vecinos, sino que nuestra c
uenta c
orriente estuvo en profundos números rojos durante toda una década. No digo que la reunificación se hiciera bien, sino que hace solo unos años Alemania sufrió un déficit c
ontinuado y elevados c
ostes salariales, por lo que fue descrita por nuestros queridos amigos anglosajones c
omo “el enfermo de Europa”58.
Ese c
ontexto de endeudamiento y grandes gastos fue el medio ambiente en el que la mayor economía europea se amplió hacia el Este, en un doble sentido, tanto su Este, la antigua RDA, c
omo el Este de Europa, c
onvertido en patio trasero alemán. En ambos c
asos c
ontó c
on una vasta reserva de mano de obra barata, lo que tuvo profundas c
onsecuencias, primero para el c
onjunto de los trabajadores alemanes y luego, c
omo veremos, para los europeos en general y los meridionales en particular. En Alemania del Este la desindustrialización y el desmoronamiento impidieron que los sindicatos arraigaran en lo que era un tejido social laboralmente derrotado, c
on c
iudades industriales vaciadas por la emigración provocada por la quiebra de empresas y sectores industriales enteros. En el c
onjunto de Alemania, la afiliación sindical a la DGB c
ayó de 11 millones en 1991 a 7,7 millones en 2003. La c
apacidad sindical de negociación y c
ogestión empresarial aun c
ayó más.
En esa situación de debilidad sindical la respuesta empresarial fue un recorte salarial sin precedentes que se presentó a los sindicatos, entre grandes presiones y bajo la amenaza de deslocalizar las empresas hacia países c
omo Eslovaquia, Polonia, o Hungría c
on salarios mucho más bajos. Entre 1998 y 2006 los c
ostes laborales c
ayeron en Alemania y los salarios reales retrocedieron durante siete años c
onsecutivos.
En la estrategia alemana de rearme económico, la bajada salarial c
ombinada c
on la adopción del euro, que eliminaba trabas de c
ambio, y c
on una estricta política monetaria del Bundesbank, desembocó en una explosión exportadora y de c
ompetitividad de los productos alemanes que ganaron mayor c
uota de mercado a c
osta de sus c
ompetidores europeos.
58 Norbert Walter, ex economista jefe del Deutsche Bank, en “Is Mercantilism Doomed to Fail”. Intervención en la reunión anual del Institute for New Economic Thinking, INET, c
elebrada en Berlín el 13 de abril de 2012. La c
ifra de dos billones de euros c
omo c
oste de la reunificación, es de Walter. Otras fuentes hablan de un billón de euros, es decir de un 4% del PIB alemán a lo largo de 25 años, desde 1995 hasta 2015.
4)
Desde la introducción del euro, virtual en 1999, efectiva desde 2002, la industria alemana más que dobló sus exportaciones (que a c
omienzos de los noventa representaban el 20% de su PNB y en 2010 el 46%). Mientras tanto los salarios subían en el resto del c
ontinente, un 15% en Francia y entre el 25% y el 35% en España, Portugal, Grecia e Italia59.
En una unión monetaria, el auge del superávit exportador alemán significaba déficit para otros. Entre 2004 y 2011, la producción de automóviles francesa e italiana c
ayó un 30% mientras la alemana aumentaba un 22%60. En 2007 Alemania obtuvo un superávit c
omercial de c
asi 200.000 millones de euros. Mientras, 19 de los 27 países de la UE registraron déficit en su c
omercio exterior. Los bajos salarios alemanes c
ontribuyeron también a ese déficit de los otros porque debilitaron el c
onsumo de Alemania, es decir las importaciones de la nación más poblada de la eurozona. Sin embargo no había sensación de c
risis en el sur de Europa: los países meridionales de la eurozona c
omenzaron a recibir enormes flujos de c
apital alemán, resultado de los beneficios exportadores, que anestesiaron la pérdida de c
ompetitividad c
on dinero prestado a tasas de interés muy bajo establecidas a la medida de Alemania. La política económica alemana, resultado directo del shock de la reunificación de 1990, no solo disparó los desequilibrios internos entre países de la eurozona, sino que, en el c
ontexto general de una desatada y frenética búsqueda del beneficio, alimentó su falsa economía y c
recimiento. El aparente “España va bien”, c
on su orgía de ladrillo, dinero fácil y destrucción facinerosa del entorno, así c
omo el festival inmobiliario irlandés o las fantasías c
ontables griegas en el c
ontexto de los juegos olímpicos de Atenas, son así inseparables, y guardan una relación directa c
on el resurgir económico-exportador alemán, que se presenta inocentemente c
omo su antítesis.
Desentenderse de eso y hacer ver que la situación es resultado del maniqueísmo entre países virtuosos y manirrotos, denota una gran desvergüenza, porque el problema no es nacional. La c
risis fue desencadenada por el sector privado, especialmente por los bancos que financiaron la pirámide inmobiliaria que se desmoronó. Los bancos alemanes que gestionaron especulativamente el enorme c
apital del superávit exportador alemán también fueron protagonistas de la pirámide61. Para atajarla, los países europeos dieron a los bancos 4,6 billones de euros desde 2008, la c
ifra facilitada a principios de 2012 por el presidente de la C
omisión Europea, José Manuel Durao Barroso. Además, hubo otro enorme desembolso de dinero público en los programas de estímulo keynesianos del 2008. Todo ello incrementó, evidentemente, la actual deuda pública.
Que hoy el debate esté c
entrado en la c
risis de la deuda pública, o sobre la deuda privada c
oncebida exclusivamente c
omo desmadre meridional, omitiendo de la narración al c
asino que la ocasionó, se debe, fundamentalmente, al fuerte c
ontrol que el poder financiero ejerce sobre gobiernos y medios de c
omunicación, lo que le permite imponer la leyenda que más le c
onviene.
El gobierno alemán ha sido particularmente activo en ese frente. Su nacional-populismo acerca de que el problema son unos países del sur gastadores que no ”hicieron sus deberes” y en los que la gente c
omún vivió “por encima de sus posibilidades”, le permite c
analizar el descontento de los c
ontribuyentes alemanes por los c
entenares de millones transferidos a los bancos c
omo c
onsecuencia de la irresponsabilidad de estos invirtiendo en el c
asino global. Reconocer la realidad significaría revisar los últimos veinte años de política económica y social alemana que se han vendido c
omo exitosos y modélicos para el resto de Europa. En realidad solo fueron exitosos para los empresarios y para los más ricos.
Desde la reunificación, la economía alemana ha c
recido alrededor de un 30%, pero el resultado no ha sido una prosperidad general, sino un enorme incremento de la desigualdad. Desde 1990 los impuestos a los más ricos bajaron un 10% y la imposición fiscal a la c
lase media subió un 13%, los salarios reales se redujeron un 0,9% y los ingresos por beneficio y patrimonio aumentaron un 36%. Desde el punto de vista de la (des) nivelación social, Alemania es hoy un país europeo normal: el 1% más rico de su población c
oncentra el 23% de la riqueza (una relación similar a la existente en Estados Unidos en 2007) y el 10% más favorecido el 60% de ella, mientras la mitad de la población solo dispone del 2%.
59 OIT, datos entre 2000 y 2009.
60 Frankfurter Rundschau, 23-03-2012.
61 El Deutsche Bank, primer banco alemán, es objeto al día de hoy de pleitos del gobierno de EE. UU., de la Sociedad Loreley, de la autoridad financiera interior de Estados Unidos, del Fondo de pensiones de los profesores americanos (TIAA) y de la inspección bursátil de Estados Unidos (SEC) por manipulación y venta fraudulenta de C
DO, estafa, estafa hipotecaria, etc. El banco alemán es propietario de más del 10% de las viviendas vacías de Baltimore y otras c
iudades de EE. UU.
5)
Hito de la estrategia post reunificación que puso a la rezagada Alemania en línea c
on la Gran Desigualdad fue la llamada Agenda 2010, el programa de recortes socio-laborales aprobado en 2003 por el gobierno de socialdemócratas y verdes del c
anciller Gerhardt Schröder y que se presenta c
omo modelo c
ontinental. C
omo en Estados Unidos años atrás, la Agenda 2010 vino precedida de una intensa c
ampaña propagandística a c
argo de instituciones empresariales que bombardearon a la opinión pública c
on diversos mensajes fraudulentos c
omo la “insostenible explosión de c
ostes sociales”, el imperativo de las tendencias demográficas por envejecimiento de la población y otros. Se afirma, por ejemplo que los c
ostes de la sanidad c
recieron un 71% desde 1991. La realidad es que Alemania ha seguido gastando más o menos lo mismo, alrededor del 10% de su PIB en sanidad. Igualmente la c
ampaña afirma que la demografía determina una jubilación más tardía, lo que no resiste un somero análisis: en el siglo pasado la parte joven de la población alemana c
ayó de un 44% a un 20% y el bloque de los jubilados pasó de representar el 5% de la población al 17%, mientras la esperanza de vida aumentaba por encima de treinta años. Todo eso no dañó los sistemas sociales, sino al c
ontrario: fue en ese c
ontexto que el Estado del bienestar alemán se desarrolló en su máxima expresión62. Instituciones c
omo la “Fundación Bertelsmann”, la más rica del país, vinculada a Bertelsmann Ag, el mayor c
onsorcio mediático de Europa (100.000 empleados en 60 países) tuvieron un papel c
entral en c
onvencer a los alemanes de la necesidad de reducir el papel y el tamaño del Estado, recortar prestaciones sociales, bajar los salarios y flexibilizar el mercado de trabajo63. C
omo c
onsecuencia de la Agenda 2010 Alemania se despidió de buena parte de lo que había c
aracterizado a su modelo de posguerra.
La Agenda 2010 abrió la puerta a la privatización de las pensiones (su c
reador, Walter Riester, ministro socialdemócrata de trabajo, fue invitado por la UGT a un seminario español sobre la materia), redujo subsidios, aumentó la edad de jubilación y flexibilizó el trabajo institucionalizando un segundo mercado laboral de empleos precarios y mal pagados al lado del tradicional. Aunque su c
ontribución al c
recimiento ha sido estimada en un 0,2%64 el gran reajuste de socialdemócratas y verdes de 2003 fue presentado c
omo un gran c
reador de empleo, c
uando la simple realidad es que se ha repartido el mismo trabajo entre más personas al c
onvertir empleos a tiempo c
ompleto en empleos a tiempo parcial, c
omo demuestra el hecho de que el número de horas totales trabajadas apenas haya c
ambiado desde 1991 pese a la reducción del paro65.
El aumento del empleo registrado en los últimos años, que se vende c
omo un “milagro”, se registra sobre todo en el sector precario. El sector de salarios bajos que en 1995 implicaba al 15% de los trabajadores emplea hoy al 25%, a uno de c
ada c
inco trabajadores, y se ha expandido tres veces más rápido que el sector tradicional. El 42% de exempleados del sector tradicional que han perdido su empleo encuentran trabajo en el sector de salarios bajos. Solo un 15% de los parados de larga duración fueron c
ontratados en 2011 en el sector tradicional. La estadística oficial, que ha barrido debajo de la alfombra a por lo menos un millón de parados (no inscritos en la Agencia de Empleo, mayores de 57 años, etc.) informa que el 71% de los nuevos empleos son “atípicos”, es decir precarios, parciales, temporales, “autónomos”, etc. Hay 8 millones de empleados a tiempo parcial, c
on c
ontrato limitado, minijobs, autónomos, etc.66.
62 Entrevista del autor c
on el estadístico alemán Gerd Bosbach, en La Vanguardia Digital, 29-05-2011.
63 Para el papel de esa institución, así c
omo de la manipulación mediática en Alemania, véase: Albrecht Müller, Meinungsmache. Wie Wirtschaft, Politik und Medien uns das Denken abgewöhnen wollen, 2009.
64 The Economist, 22-12-2007
65 Véase, entre otros, Die Tageszeitung, 22-02-2012. Die Hartz IV Bilanz.
66 Véase Frankfurter Rundschau 01-02-2012, Der Preis des deutschen “Jobwunders” NDR 26-01-2012. El tratamiento informativo de esta realidad en España da por buena la propaganda oficial; véase el informe de la agencia EFE del pasado marzo; “Alemania fue el país de la UE que mas nuevos puestos de trabajo c
reó en la primera mitad de 2011”, sin ni siquiera mencionar que el 75% son precarios o “atípicos”. En enero el ministro español de Economía Luis de Guindos mencionó a Alemania c
omo, “el país que no tuvo deterioro de su mercado laboral”.
6)
Que la situación económica alemana se presente c
omo modelo en el c
ontexto de la eurocrisis ignora algo tan básico c
omo las vivas diferencias entre sistemas c
apitalistas existentes en el seno de la eurozona. Los sistemas denominados de “capitalismo mediterráneo” de países c
omo Portugal, España, Italia o Grecia, no pueden c
ompararse c
on las “economías c
oordinadas” del norte de Europa, c
omo Alemania, mucho más organizadas, c
on un sistema de salarios integrado en el sector privado y una educación y formación profesional organizadas hacia aquel. A ello se suma una mayor c
apacidad de acuerdos sindicales en materia de salarios y jornadas. Esa mayor organización general interna permite formular estrategias impensables en el Sur y es lo que define la ventaja c
omparativa de Alemania en la manufactura en su c
ontexto europeo. Alemania tiene una estructura económica particular; industrial, exportadora, c
on fuertes empresas medianas y pequeñas que son líderes mundiales y también c
on grandes c
onsorcios multinacionales. Trasplantar sus recetas a otros países europeos sin atender a las diferencias estructurales, es tan absurdo c
omo pretender c
onvertir en España a Andalucía en un País Vasco. Ignorar la diferencia interna de c
apitalismos y pregonar un modelo del Norte para todos c
on reformas estructurales ortodoxas, es no c
omprender lo más básico: la propia realidad y diversidad de Europa67.
La actual euro-receta alemana c
ontra la c
risis, c
entrada en la política de austeridad y en la disciplina para imponerla, no parece entender la diferencia existente entre países de una unión monetaria y empresas. C
omo dice Heiner Flassbeck, ex secretario de Estado alemán de finanzas y actual economista de la UNCTAD, “Alemania no ha entendido que la c
ompetición entre naciones en una unión monetaria c
omo la eurozona, es ir c
ontra tus c
lientes”. De momento el superávit c
omercial alemán aguanta gracias al incierto c
recimiento de la demanda en C
hina y otros lugares, pero la ruina de los socios europeos podría volverse a medio plazo c
ontra ella, pues Alemania exporta la mitad de su producto nacional y el 40% de esa mitad se vende en Europa68. Mientras tanto, su aplicación está siendo desastrosa para los países del sur de Europa y lo será también para la c
ohesión europea. El c
aso del “rescate de Grecia” es paradigmático.
La sociedad de ese país se siente, “como en un laberinto c
on todas las salidas bloqueadas”. C
on la aplicación de la receta alemana, los salarios se han recortado entre un 20% y un 25%, la producción ha c
aído un 11%, la recaudación fiscal un 18% desde el año pasado, 60.000 empresas han c
errado desde verano, los funcionarios sufren impagos durante meses, en los hospitales, que acusan el recorte del 40% del presupuesto de sanidad en 2010, falta material, y en las escuelas libros. Más del 70% del dinero ahorrado se destina al pago de la deuda, sin embargo la deuda no disminuye, sino que aumenta: era del 120% del PIB en 2010, y es del 170% del PIB en 2012, después de dos años de ajuste69.
El “rescate de Grecia” es el seudónimo del gran c
apítulo europeo del rescate público del sector financiero en el que la austeridad de los pobres, no responsables de la c
risis, paga los platos rotos. El grueso de los 199.000 millones del segundo fondo de “rescate a Grecia” (130.000 millones del propio fondo, más 69.000 millones de restos no utilizados del primero e importe de c
ambio de bonos), se destina a los bancos: 93.000 millones para la quita de los c
reditores privados, 35.000 millones en garantías de bonos depositados en el BCE, 23.000 millones para recapitalizar a los bancos griegos, 30.000 millones para incentivar el c
anje de bonos viejos por nuevos y 5.500 millones para pagar viejos intereses de deuda70.
La degradación griega, que ahora c
omienza en España y otros países del Sur, genera a la vez un encarecimiento especulativo del pago de la deuda y un flujo de dinero de dirección inversa al que se produjo en Europa durante los años de la burbuja inmobiliaria. Si entonces el dinero del superávit exportador alimentaba la especulación inmobiliaria c
on un rio de c
apital de dirección Norte a Sur, ahora es el dinero asustado del sector privado del Sur el que busca refugio en la deuda pública alemana, que se refinancia a intereses de risa gracias a la miseria de sus socios del euro71.
67 Sobre la diversidad de c
apitalismos en la eurozona, véase Hall y Soskice, 2001, o Wendy C
arlin, 2011. Understanding the Eurozone c
risis. También la intervención de C
arlin ante la reunión anual del INET en Berlín: The Future of Europe, North & South, abril 2012.
68 Heiner Flassbeck, en Germany and Japan and the Exhaustion of Debtor C
ountries. INET, reunión de Berlín, 13-04-2012.
69 Ver, entre otros, Maria Margaronis en The Nation 13-02-2012.
70 Financial Times Deutschland, en febrero 2012.
71 Alemania ganó 18.000 millones de euros entre principios de 2010 y mediados de 2011, gracias a los bajos intereses de su deuda que la c
risis de los otros hace posible. Si la tendencia para los bonos a seis años se mantuviera baja hasta 2015, el país se ahorraría unos 44.000 millones en c
ostes de interés. Estimación del Landesbank Bremen y de Die Welt, 08-11-2011.
7)
En los últimos dos años, el discurso alemán sobre esta situación ha c
onsistido en una mezcla de aleccionamiento, la prédica de una Europa virtuosa del Norte a una Europa manirrota del Sur, y de “bravuconería” autoritaria, por utilizar el término empleado por el excanciller Helmut Schmidt. Políticos y publicistas se han dedicado a sostener una retórica nacionalista muy disolvente, enfocada a la “pereza” e ineficacia del c
apitalismo mediterráneo y c
ombinada c
on un lloriqueo c
onstante por la c
uantía del desembolso de dinero alemán.
En el primer fondo de “rescate griego”, Alemania aportó 36.000 millones sobre un total de los 130.000 millones aportados por todos los socios del euro. En términos absolutos fue el Estado que más aportó, porque Alemania tiene la mayor economía y la mayor población de Europa, pero seis países aportan más que Alemania en una c
uenta per c
ápita y otros diez, incluida España, la superan en la parte del PIB dedicada a ello. El dinero no se regala sino que es un c
rédito a un interés c
onsiderable: en 2010 el rescate griego le reportó a Alemania 198 millones de euros. Pero solo en Alemania hay una verdadera queja nacional de una opinión pública desinformada sobre esta situación. La c
lase política alimenta esa queja c
on su populismo y a la vez es esclava de ella.
Con ese discurso Alemania ha abierto una c
aja de Pandora muy peligrosa porque divide a Europa y ofende a sus pueblos. Lo hemos visto en Grecia donde se demoniza a Alemania, y se empieza a ver en España. Alemania no es c
onsciente de lo que está sembrando72.
En este c
ontexto, es importante enfatizar, c
ontra c
ualquier nuevo antieuropeísmo reactivo, la bondad y c
onveniencia de la Unión Europea.
Vista c
on perspectiva histórica, la Unión Europea es una buena solución a lo que había antes: naciones que guerreaban c
onstantemente entre sí. Por eso hay que c
onservarla, reformándola y sin pedir peras al olmo, es decir sin pretender hacer un superestado europeo asentado sobre el narcisismo de la imagen idealizada de Europa c
ultivada por el establishment de Bruselas. En la proyección exterior de la Unión Europea, hay que c
onformarse c
on una ambigua y paquidérmica estructura c
omún que no le c
omplique la vida al resto del mundo. Lograr que esa estructura no sea imperialista en el siglo XXI, ya sería un enorme avance histórico73.
Desde el inicio de la c
risis la aportación alemana al funcionamiento de la Unión Europea está siendo nefasta: si desde su origen el establishment de funcionarios no electos de Bruselas fue muy poco democrático, la intervención del poder alemán lo ha hecho aun más autocrático en lo que en esencia es una defensa de los desmanes del poder financiero y un rechazo de políticas solidarias. El resultado es doblemente disolvente: un c
reciente resentimiento c
ontra Alemania en el Sur por una política que c
onduce a la c
atástrofe, y un desencanto europeísta en sociedades, c
omo la española, que fueron profundamente europeístas.
Ofrecer a Europa el “ama de c
asa suaba”, estereotipo pequeñoburgués del alemán ahorrador y tacaño hasta la mezquindad, c
omo ideal de actitud económica a los europeos meridionales, denota una falta de mundo y un espíritu provinciano notable, pero otros c
onceptos manejados por la c
anciller, c
omo el de una “democracia adecuada a los mercados” (“Marktkonforme Demokratie”) sugieren un inequívoco propósito antidemocrático74.
72 En 2010 le pregunté al Ministro de Exteriores Guido Westerwelle sobre el resentimiento que sembraba en Europa el discurso aleccionador de una Alemania virtuosa c
uyos bancos estaban implicados hasta el c
uello en las burbujas inmobiliarias. Me miró c
omo si dijera una excentricidad. Ahora su ministerio organiza c
ampañas de imagen invitando a Berlín a periodistas europeos para explicarles los motivos de su política.
73 Ver al respecto la c
rítica del narcisismo europeo que hace Perry Anderson en, The New Old World, 2009. También su c
rítica a la “alternativa” regada c
on salsa exclusivamente alemana que rodea al Zur Verfassung Europas, del principal filósofo alemán vivo, Jürgen Habermas, 2011.
74 Merkel evocó por primera vez al ama de c
asa suaba c
omo modelo en el c
ongreso de la C
DU de 2008. La “democracia adecuada a los mercados” se estrenó en una entrevista c
on la emisora Deutschlandfunk, el uno de septiembre de 2011. Merkel dijo entonces, “vivimos en una democracia parlamentaria y, por tanto la c
onfección del presupuesto es un derecho básico del parlamento, pese a ello vamos a encontrar vías para transformarla de tal manera que pueda c
oncordar c
on el mercado”. Teniendo en c
uenta que el “pacto fiscal” y la “regla de oro”, el tope de gasto elevado a precepto c
onstitucional, ya ilegaliza c
ualquier política de gasto keynesiana que aspire a dar al Estado un papel financiero activo, el c
oncepto suena a receta para el c
ambio de régimen, lo que en países intervenidos o c
on gobernantes no electos de Goldman Sachs impuestos por Berlín y Bruselas, suena bastante real.
8)
Pero, ¿qué pasa de puertas adentro? ¿Cómo se ve Alemania a sí misma en su actual papel? Entre 2010 y 2012 se ha pasado de c
ierto hartazgo por no poder seguir siendo una especie de “gran Suiza” sin responsabilidades exteriores, incluso c
on tentaciones euroescépticas y sueños de restablecimiento del Deutsche Mark, socialmente añorado c
omo símbolo de unos tiempos menos injustos y c
omplicados en los que el protagonismo alemán en Europa era principal pero al mismo tiempo discreto y c
olegiado c
on Francia, a c
ierta jactancia, expresada en aquel “Europa habla alemán” pronunciado por el jefe de de la C
DU, el partido de la c
anciller Merkel, Volker Kauder, en el c
ongreso de noviembre en Karlsruhe. De las dos actitudes, la primera c
arece de futuro, pues el euro es parte c
entral de la estrategia alemana y sin él Alemania perdería gran parte de su actual peso específico. Hay, entonces, que c
oncentrarse en la segunda, ¿busca Alemania una hegemonía europea e incluso superior: volver a afirmarse c
omo C
uarto Reich económico? Deseos y señales en ese sentido no faltan, pero el propósito es tan ilusorio y miope c
omo el malhumorado “nosotros solos” euroescéptico.
Veinte años después de la reunificación ya es hora de iniciar una política exterior propia que supere los “complejos de inferioridad” que dejó la historia, dice el editor de Die Welt, Thomas Schmid, un intelectual c
onservador que marca línea. C
on Helmut Kohl la línea era, “empaquetar los intereses alemanes de forma c
onsecuente en intereses transatlánticos y sobre todo intereses europeos, de tal forma que el interés nacional resultaba al final irreconocible”, dice. Ahora es el momento de que “la nación más fuerte de Europa” rellene ese vacío. “No queremos hacer sombra a nadie, pero exigimos nuestro lugar al sol”75.
“Europa necesita el sentido de Estado alemán (Deutscher Staatskunst) para mantener estable el orden europeo en el revuelto siglo XXI”, escribe en un artículo sobre el papel de Alemania en la Unión Europea publicado por la principal revista intelectual alemana, el jurista C
hristoph Schönberger76. Hegemonía, dice, ya no es un c
oncepto imperialista sino c
onstitucional. El papel alemán en la UE debería ser c
omo el de Atenas en la liga naval ática, c
omo el de Holanda en las provincias unidas, o c
omo el de Prusia en Alemania. Estados Unidos, c
ontinúa, está “debilitado por sus guerras” y mira hacia otras partes del mundo. En ese c
ontexto hay que dejarse de c
omplejos; “Alemania es más fuerte que c
ada uno de sus vecinos, aunque no lo suficiente c
omo para dominarlos a todos”. En esa hegemonía alemana, a Francia le c
orrespondería un papel “como el que c
aracterizó a la relación de Prusia c
on Baviera en la Alemania de Bismarck”, en la que el c
anciller de hierro atraía al c
ampo prusiano a los bávaros, “con determinadas distinciones y acuerdos”. El autor ni siquiera se pregunta si Francia estaría dispuesta a asumir tal papel, ni por las sospechas y tensiones que despertaría un resurgir de la tradicional “desmesurada voluntad de poder” alemana apuntada por Heleno Saña77. Otros autores son menos ambiciosos y se c
onforman c
on primeros pasos: “que Merkel se c
andidate para presidir el C
onsejo Europeo”78. Otros, en fin, ya parecen dar por supuesto el ejercicio de la hegemonía por parte de Alemania y reflexionan sobre sus c
ontornos. En una significativa declaración que ilustra esos sueños el embajador Wolfgang Ischinger, organizador de la C
onferencia de Seguridad de Munich y “responsable para las relaciones c
on el gobierno” del c
onsorcio Allianz, un poder fáctico alemán, respondía así a una pregunta acerca de, “ ¿Qué debe aprender de Estados Unidos la Alemania de hoy?”: “el papel de Hegemon buenazo c
uya seña de identidad es la solidaridad y la generosidad, y que en ese papel no debe esperar gratitud, sino c
ríticas de los pequeños”79. Ischinger organizó, en la mencionada c
onferencia, un c
ónclave militarista c
on gran representación de la Otan y el c
omplejo militar-industrial transatlántico, un panel de discusión bajo el título “el papel de Alemania en Europa y el papel de Alemania en el Mundo”. C
uando un observador objetó que el titulo c
orrecto debía haber sido, “el papel de Alemania en Europa, y de Europa en el mundo”, el embajador no supo qué c
ontestar.
El “Cuarto Reich” es imposible porque las c
uentas no salen. En la posguerra mundial, Estados Unidos representaba la mitad de la riqueza mundial y una incomparable fuerza militar global. Su economía ascendía a 1,3 billones en 1949, c
uando las de Francia y Alemania eran de unos 200 millardos la del Reino Unido de 250 millardos y la de Italia de 152. Es decir, Estados Unidos era económicamente mayor que la suma de todos los demás. Hoy la economía alemana asciende a 3,3 billones, un 25% más que Francia, un tercio más que el Reino Unido y solo representa entre el 20% y el 25% del PNB de la Unión Europea. Su c
omercio depende de la UE en un 60%. Todo eso alcanza, c
omo máximo, para ser el “mayor accionista” de la UE, papel para el que Alemania necesita a los demás accionistas. Practicar una política que va en c
ontra de los intereses de sus socios es c
ompletamente inviable. Lo que las sugerencias y veleidades hegemónicas de Alemania en Europa evocan es miopía: los titubeos y dudas de un país demasiado potente para ser uno más en Europa, pero demasiado débil para pretender repetir un nuevo intento de dominio c
ontinental80.
75 En Internationale Politik, DGAP, diciembre 2010. En 2008 y durante la c
ampaña electoral de 2009, la c
anciller Merkel dijo en varias ocasiones que el objetivo en la c
risis era “fortalecer el papel de Alemania en el G-20”.
76 C
hristoph Schönberger, Hegemon wieder willen. Zur Stellung Deutschlands in der Europäische Union. En Merkur, enero 2012.
77 Entrevista c
on el autor en La Vanguardia digital, 15-02-2011.
78 Gunter Hofmann en Internationale Politik, DGAP, abril 2012.
79 Die Welt, 05-02-2012.
80 Ver al respecto la intervención del ministro de exteriores polaco, Radoslaw Sikorski el 03-02-2012 en la C
onferencia de seguridad de Munich.
9)
Si el C
uarto Reich es imposible, la necesidad de rectificar la actual línea alemana es imperiosa. Todo indica que es un c
amino directo al imperio de la Gran Desigualdad en Europa. En la UE ya hay 115 millones de personas en riesgo de pobreza, 23% de la población, según la estadística oficial de los 27. A ellos hay que sumarles otros 100 o 150 millones al borde de esa situación. Mientras tanto en los últimos 15 años los activos de los tres millones de millonarios europeos han c
recido más que la suma total de las deudas de los países europeos. Esos c
apitales podrían resolver de golpe la deuda, “pero la actual aristocracia financiera tiene tan poca intención de c
eder sus privilegios c
omo la aristocracia francesa de antes de la revolución de 1789”81.
A favor de un c
ambio de línea actúan las c
recientes protestas sociales y sindicales en el sur de Europa, así c
omo los resultados de las elecciones francesas c
on sus programas de revisión y puesta en c
uestión del “pacto fiscal” alemán. En c
ontra, el estado de la opinión pública en Alemania y otros países del Norte, recelosa ante soluciones mancomunadas que son vistas c
omo mera socialización de la mala gestión ajena, así c
omo la inflexibilidad y dogmatismo de los tecnócratas. C
on honrosas excepciones entre algunos de sus miembros más veteranos, la c
lase política alemana ha olvidado su propia historia de posguerra, el acuerdo de Londres de 1953 que recortó la deuda alemana un 50% e introdujo una moratoria de c
inco años en el pago de intereses para que el país pudiera respirar. Un problema mayor es que la situación socioeconómica alemana (aun) no c
ompromete a sus gobernantes. Merkel c
onfía en ganar las elecciones generales de septiembre de 2013, aunque sea al precio de un gobierno en c
oalición c
on los socialdemócratas liderado por ella, c
omo en el periodo 2005-2009, lo que no invita a un c
ambio de línea. Su oposición, el SPD y los verdes, apenas c
uestionan los ejes de su política europea, en parte porque fueron sus mismos líderes (Steinbruck, Steinmeier, Trittin) quienes dieron en 2003 el gran impulso al programa neoliberal en el país c
on la Agenda 2010 que no tienen la menor intención de revisar. El factor c
iudadano, una rebelión c
ivil y sindical c
oordinada en Europa, o en algunos de sus países, es lo único que puede alterar la gran regresión en c
urso. C
omo dice Josep Fontana: “lo que tengamos dentro de c
inco años será lo que habremos merecido”82.
En la c
omunidad c
ientífica la línea alemana en Europa está c
recientemente aislada, pues la mala gestión de la eurocrisis c
ompromete directamente la frágil inestabilidad global, especialmente en Estados Unidos y Asia Oriental. Por doquier surgen diagnósticos y propuestas para salir del atolladero formuladas desde el c
ampo neokeynesiano. Entre ellas la del economista de Nomura, Richard C
. Koo, que ve en la eurocrisis una situación c
alcada de la c
risis japonesa que no se ha diagnosticado c
orrectamente en Europa.
Cuando hay una economía c
uyo sector privado está ahorrando frenéticamente para reducir su abultada deuda, es muy c
ontraproducente predicar la restricción del gasto público, dice Koo. Eso es lo que hizo en 1997 el primer ministro japonés Ryutaro Hashimoto, lo que c
ondenó a la economía del país a una c
aída de diez años. En países c
omo España hay una c
risis bancaria en la que los bancos no dan c
rédito porque se c
entran en rebajar su deuda. “Quien tiene sus c
uentas en naufragio, no está interesado en incrementar sus préstamos, sea c
ual sea la tasa de interés”, explica. En lugar de prestar dinero, el dinero disponible se c
oloca en puertos seguros. “Cuando estuve en Madrid dando una c
onferencia ante líderes empresariales y banqueros pregunté el público quién estaba c
olocando dinero en deuda alemana, todos levantaron la mano”, dice Koo. Por eso, “aunque España produzca enormes ahorros, ese dinero se va a Alemania, porque se refugia en la seguridad de los bonos de deuda alemanes. Si el dinero que los españoles están c
olocando en Alemania, esta los prestara a España todo iría bien, pero Alemania prefiere utilizar ese dinero en sufragar su propia deuda”.
La propuesta de Koo es muy simple: reformar el Tratado de Maastrich de tal forma que los países de la eurozona puedan limitar la venta de sus bonos del tesoro a sus propios c
iudadanos; “en otras palabras, que solo c
iudadanos alemanes puedan c
omprar bonos alemanes y solo españoles puedan c
omprar bonos españoles”. Se acabaría así c
on la actual especulación y los ahorros de un país en recesión podrían destinarse a la inversión, rompiendo la c
risis de c
rédito. Además esta norma, “preservaría la soberanía fiscal de los países en lugar de subyugarlos a burócratas de Bruselas o políticos de Berlín”83.
El c
onsenso acerca de la necesidad de fórmulas keynesianas a c
orto plazo es amplio, por desgracia no en Alemania, ni en la burocracia de Bruselas, ni, lo que aún es más grave, entre los gobiernos de los propios países en recesión que siguen suscribiendo la política de la soga que les asfixia. Quienes en los países más ricos c
reen que esa asfixia no les afecta, se equivocan, pues c
omo dice James Galbraith, “la historia muestra que c
uando la periferia de una unión económica sufre una c
aída de tal envergadura, eso tiene c
onsecuencias sociales y económicas para la región c
entral”84.
Reconociendo la bondad y necesidad del gasto para generar un c
recimiento a c
orto plazo, el regreso al gran c
ontexto c
on el que hemos empezado esta exposición, los genuinos y amplios c
onceptos de “crisis” y “reunificación”, nos obliga a ir más allá.
81 Peter Schwarz en WSWS, 17-01-2012.
82 Una interpretación de la c
risis. C
onferencia pronunciada en León, marzo de 2012.
83 Intervención de Richard C
. Koo en Berlín; Revitalizing the Eurozone without Fiscal Union, 13-04-2012. Otros economistas c
omo Yanis Varoufakis han propuesto la utilización de instituciones europeas ya existentes para movilizar recursos de inversión en una “europeización descentralizada” que no suponga c
rear estructuras federales ni transferencias de un país a otro: Varoufakis, Ringfencing Europe. INET, Berlín 13-04-2012.
84 Financial Times Deutschland, 15-04-2012.
10)
La reclamación de un aumento del gasto público para incentivar la demanda es indiscutible a c
orto plazo. No hay que olvidar, sin embargo, que esa invocación al c
recimiento para salir del agujero, proteger las c
onquistas sociales y ponerle c
oto a la c
ontrarrevolución de la Gran Desigualdad, nos lleva directos al c
alentamiento global. Alimenta la c
aldera de la insostenibilidad ambiental, es decir agrava la c
risis más genuina y principal, la del c
ambio global antropogénico.
La austeridad, no c
omo medio para maximizar beneficios e incrementar la desigualdad, sino en un paradigma de c
ambio hacia energías renovables, c
on c
ambio de valores y, por lo menos en los países ricos, un modo de vida más modesto, no solo es deseable, sino que es fundamental. Sin la austeridad, sin un relativo empobrecimiento de los más ricos globales que disminuya la demanda de recursos naturales y la generación de residuos, no hay salida de la c
risis de c
ivilización. C
omprender eso determina que nuestro recurso al c
recimiento sea muy táctico y muy dirigido al c
orto plazo, mientras que el objetivo estratégico debe ser más bien lo c
ontrario: el decrecimiento.
Si el absurdo actual del neoliberalismo es pretender salir de la c
risis c
on las mismas recetas y objetivos que la ocasionaron, la invocación acrítica al c
recimiento sin matices participa de la misma c
ontradicción, pues la irresponsable y c
iega persecución del c
recimiento es lo que ha c
reado las burbujas especulativas y lo que ha hecho aumentar las emisiones globales un 40% desde 1990. La salida estratégica de la c
risis c
onsiste en c
onjugar una doble e inseparable sostenibilidad, financiera y ecológica, en superar la irresponsabilidad desreguladora, de mercados y emisiones, de pagar las deudas económicas y ecológicas. El c
ulto al c
recimiento está en el origen de las dos falsas libertades: la especuladora y la emisora c
rematística.
La transición energética exige enormes inversiones. Alemania el país europeo c
on más responsabilidad en la actual receta neoliberal de la eurocrisis es, al mismo tiempo, el más avanzado en sus planes para un c
ambio de modelo energético. El apagón nuclear total en 2022, decidido el año pasado, va a disparar las inversiones eólicas c
on el objetivo de generar dentro de nueve años el 35% de la electricidad c
on fuentes renovables (hoy el 17%). Que ese c
ambio venga determinado por los intereses de los mismos oligopolios energéticos de siempre, c
on el beneficio en el c
entro y su tendencia hacia los grandes proyectos imperiales y c
entralizados, lanza un nuevo desafío c
iudadano c
on miras a una “socialización” –no c
onfundir c
on mera “estatalización”– del sistema energético, c
on c
reación de nuevas fórmulas e instituciones de gestión y c
ontrol85.
No hay ecologismo sin justicia social. El c
ambio energético es para vivir de otra manera. De una manera más simple, más tranquila y menos frenética. C
omo dice Tim Jackson, “la prosperidad tiene que ver c
on la c
alidad de nuestras vidas y relaciones, c
on la solidez de nuestras c
omunidades, y c
on un sentido de propósito individual y c
olectivo. La prosperidad tiene que ver c
on la esperanza. Esperanza para el futuro, esperanza para nuestros hijos, esperanza para nosotros mismos”86. Alemania, c
omo todos, está c
onvocada a la tarea de esa reunificación superior que saque a la humanidad de la prehistoria. Mientras tanto, no hay más remedio que enfrentarse a su gobierno que lidera hoy el programa de la Gran Desigualdad en Europa.
85 Véase, por ejemplo, Bontrup /Marquandt, C
hancen und Risiken der Energiewende. Hans-Böckler Stiftung, marzo 2012.