Los jóvenes y el trabajo, el barrio, la familia
Tradicionalmente se ha venido considerando que los espacios de socialización básicos para cualquiera eran la familia, la escuela, el barrio o la comunidad en la que uno habitaba, y el trabajo. En todos y cada uno de estos ámbitos o esferas de convivencia, los cambios y las transformaciones han sido muy significativos.
En la esfera productiva, el impacto de los grandes cambios tecnológicos ha modificado totalmente las coordenadas del industrialismo. Palabras como flexibilización, adaptabilidad o movilidad han reemplazado a especialización, experiencia o estabilidad. O, si queremos incorporar un sentido más crítico, la precariedad ha sustituido a la continuidad. La sociedad del conocimiento, pero también la sociedad postfordista, busca el valor diferencial, la fuente del beneficio y de la productividad en el capital intelectual frente a las lógicas anteriores centradas en el capital físico y humano. Pero también fundamenta su capacidad de extracción de beneficio de la precarización y los bajos sueldos provocados por una globalización que genera dumping social.
Como señaló Ulrich Beck lo que está en juego es la propia concepción del trabajo como elemento estructurante de la vida, de la inserción y del conjunto de relaciones sociales. Asistimos a un doble fenómeno, más demanda de alta especialización, de mayor valor añadido del trabajo productivo, pero, al mismo tiempo, más necesidad y demanda de trabajos de bajo valor añadido, vinculados a los servicios o la manipulación final de productos. En general, hemos asistido a una creciente precarización de los puestos de trabajo disponibles o creados en estos últimos años en Europa. En definitiva, el capital se nos ha hecho global y permanentemente movilizable y movilizado, mientras el trabajo es cada vez me
nos permanente y está más condicionado por la volatilidad del espacio productivo. Como dice Zygmunt Bauman, si antes teníamos una vida y un trabajo, ahora tenemos muchos trabajos que configuran muchas experiencias vitales. Y todo ello contribuye a aminorar la capacidad que tenía la continuidad del espacio productivo industrial para generar vínculos, lazos, me
canismos de solidaridad y reciprocidad, como bien nos recordó Richard Sennett. No hay duda que aquellos que transitan entre etapas de formación y de vinculación laboral, de emancipación de las estructuras materno-parentales a espacios de independencia y de autonomía, sufrirán más que otros esa gran transformación de los itinerarios vitales y laborales.
Desde el punto de vista de la estructura social o de los ámbitos de convivencia, la sociedad industrial nos había acostumbrado a estructuras relativamente estables y previsibles. Hemos asistido en poco tiempo a una acelerada transición desde esa sociedad hacia una realidad compleja, caracterizada por una multiplicidad de ejes cambiantes de desigualdad. Si antes las situaciones problemáticas se concentraban en sectores sociales que disponían de mucha experiencia histórica acumulada al respecto, y que habían ido desarrollando respuestas, ahora el riesgo podríamos decir que se ha “democratizado”, castigando más severamente a los de siempre, pero golpeando también a nuevas capas y personas Frente a la anterior estructura social de grandes agregados, de fuertes relaciones entre estructuras de clase y habitats territoriales, con importantes continuidades, tenemos hoy un mosaico cada vez más fragmentado e inestable de situaciones de pobreza, de riqueza, de fracaso y de éxito, que si bien se concentran más en unos barrios que en otros, salpican cualquier rincon de nuestras ciudades y pueblos. Es evidente además, que ha habido una gran explosión de heterogeneidad por la llegada masiva de inmigrantes. En diez años se pasó hemos de contar con me
dio millón de inmigrantes y de seguir siendo un país de emigrantes, a superar los cinco millones de inmigrantes (con diversos niveles de estabilidad y formalización de residencia). Y en los último años, los que salen del país buscando oportunidades fuera (sobre todo jóvenes), superan ya los que llegan al buscando trabajo. Estos extraodinarios y rápidos cambio en la composición de nuestra sociedad, implican retos muy significativos de acomodación de las políticas públicas epnsadas en otras claves.
Desde el punto de vista de las relaciones de familia y de género, los cambios no son me
nores. El ámbito de convivencia primaria no presenta ya el mismo aspecto que tenía en la época industrial. Los hombres trabajaban fuera del hogar, mientras las mujeres asumían sus responsabilidades reproductoras, cuidando marido, hijos y ancianos. Las mujeres no precisaban formación específica, y su posición era dependendiente económica y socialmente. El escenario es hoy muy distinto. La equiparación formativa entre hombres y mujeres es muy alta. Ya hay en España más mujeres que hombres en las aulas de nuestras universidades. Las jóvenes de 25 a 29 años con estudios universitarios superan en diez puntos a los chicos con ese nivel de estudios, mientras en la franja de más de 65 años, son el doble las analfabetas que los analfabetos. La incorporación de las mujeres al mundo laboral aumenta sin cesar, a pesar de las evidentes discriminaciones que se mantienen. Pero, al lado de lo muy positivos que resultan esos cambios para devolver a las mujeres toda su dignidad personal, lo cierto es que los roles en el seno del hogar apenas si se han modificado. Y, con todo ello, se provocan nuevas inestabilidades sociales, nuevos filones de exclusión, en los que la variable género resulta determinante.
Ese conjunto de cambios y de profundas transformaciones en las esferas productiva, social y familar no han encontrado a los poderes públicos en su me
jor momento. El me
rcado se ha globalizado, el poder político sigue en buena parte anclado al territorio. En ese contexto institucional, las políticas públicas que fueron concretando la filosofía del estado del bienestar, se han ido volviendo poco operativas, poco capaces de incorporar las nuevas demandas, las nuevas sensibilidades, o tienen una posición débil ante nuevos problemas. Las políticas de bienestar se construyeron desde lógicas de respuesta a demandas que se presumían homogéneas y diferenciadas, y se gestionaron de manera rígida y burocrática. Mientras hoy tenemos un escenario en el que las demandas, por las razones apuntadas más arriba, son cada vez más heterogéneas, llenas de multiplicidad en su forma de presentarse, y sólo pueden ser abordadas desde formas de gestión flexibles y desburocratizadas. Y es ahí donde han aparecido con fuerza las entidades del tercer sector, las asociaciones y organizaciones no gubernamentales, que de manera especializada pero integral, logran acercarse a las nuevas problemáticas, a las personas de toda condición, con mayor capacidad de adaptación de las respuestas a las concretas situaciones de cada quién.