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La reclamación de un aumento del gasto público para incentivar la demanda es indiscutible a corto plazo. No hay que olvidar, sin embargo, que esa invocación al crecimiento para salir del agujero, proteger las conquistas sociales y ponerle coto a la contrarrevolución de la Gran Desigualdad, nos lleva directos al calentamiento global. Alimenta la caldera de la insostenibilidad ambiental, es decir agrava la crisis más genuina y principal, la del cambio global antropogénico.
La austeridad, no como medio para maximizar beneficios e incrementar la desigualdad, sino en un paradigma de cambio hacia energías renovables, con cambio de valores y, por lo menos en los países ricos, un modo de vida más modesto, no solo es deseable, sino que es fundamental. Sin la austeridad, sin un relativo empobrecimiento de los más ricos globales que disminuya la demanda de recursos naturales y la generación de residuos, no hay salida de la crisis de civilización. Comprender eso determina que nuestro recurso al crecimiento sea muy táctico y muy dirigido al corto plazo, mientras que el objetivo estratégico debe ser más bien lo contrario: el decrecimiento.
Si el absurdo actual del neoliberalismo es pretender salir de la crisis con las mismas recetas y objetivos que la ocasionaron, la invocación acrítica al crecimiento sin matices participa de la misma contradicción, pues la irresponsable y ciega persecución del crecimiento es lo que ha creado las burbujas especulativas y lo que ha hecho aumentar las emisiones globales un 40% desde 1990. La salida estratégica de la crisis consiste en conjugar una doble e inseparable sostenibilidad, financiera y ecológica, en superar la irresponsabilidad desreguladora, de mercados y emisiones, de pagar las deudas económicas y ecológicas. El culto al crecimiento está en el origen de las dos falsas libertades: la especuladora y la emisora crematística.
La transición energética exige enormes inversiones. Alemania el país europeo con más responsabilidad en la actual receta neoliberal de la eurocrisis es, al mismo tiempo, el más avanzado en sus planes para un cambio de modelo energético. El apagón nuclear total en 2022, decidido el año pasado, va a disparar las inversiones eólicas con el objetivo de generar dentro de nueve años el 35% de la electricidad con fuentes renovables (hoy el 17%). Que ese cambio venga determinado por los intereses de los mismos oligopolios energéticos de siempre, con el beneficio en el centro y su tendencia hacia los grandes proyectos imperiales y centralizados, lanza un nuevo desafío ciudadano con miras a una “socialización” –no confundir con mera “estatalización”– del sistema energético, con creación de nuevas fórmulas e instituciones de gestión y control85.
No hay ecologismo sin justicia social. El cambio energético es para vivir de otra manera. De una manera más simple, más tranquila y menos frenética. Como dice Tim Jackson, “la prosperidad tiene que ver con la calidad de nuestras vidas y relaciones, con la solidez de nuestras comunidades, y con un sentido de propósito individual y colectivo. La prosperidad tiene que ver con la esperanza. Esperanza para el futuro, esperanza para nuestros hijos, esperanza para nosotros mismos”86. Alemania, como todos, está convocada a la tarea de esa reunificación superior que saque a la humanidad de la prehistoria. Mientras tanto, no hay más remedio que enfrentarse a su gobierno que lidera hoy el programa de la Gran Desigualdad en Europa.
85 Véase, por ejemplo, Bontrup /Marquandt, Chancen und Risiken der Energiewende. Hans-Böckler Stiftung, marzo 2012.
86 En Prosperidad sin crecimiento, 2011.