II.4. Construir una ciudadanía europea sólida
Para que el proyecto y la utopía europea, que están en horas muy bajas, sobrevivan hace falta, según una opinión cada vez más extendida, fortalecer la conciencia de ciudadanía europea inyectándole espíritu europeísta e, igualmente, se hace preciso garantizar la primacía de la política sobre los intereses privados, sobre todo los de los bancos.
Si los padres fundadores de la Comunidad Económica Europea, luego Unión Europea, levantasen la cabeza se horrorizarían ante la deriva antieuropeísta que ha adoptado la Unión y muchos de ellos suscribirían seguramente el manifiesto “Indignez vous” de Stéphane Hessel, uno de los redactores de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. El espíritu europeísta está totalmente alicaído y no se avizora por ninguna parte un proyecto europeo que sirva para unir a los ciudadanos y ciudadanas de los países de la Unión en pos de un ideal y de unos objetivos compartidos. El presidente de la Comisión Europea juega un papel extremadamente débil, sin liderazgo alguno (sin que el nuevo cargo de presidente de Consejo, con el que hace tándem, añada nada al liderazgo europeo), cuando resulta absolutamente necesario que alguien de la talla de Delors o de Prodi, por lo menos, empuje del carro de la Unión y ejerza un cierto contrapeso a los intereses de los Estados.
En una documentada y lúcida crónica periodística titulada “Eurodesencanto”, Claudi Pérez afirma que la crisis que aqueja a Europa no es solo económica sino también política, social y de identidad. La crónica recoge la idea de un joven estudiante alemán (“Europa es una pesada carga que nuestros padres nos ataron a los tobillos por culpa de nuestros abuelos”) y la de un eurócrata, según el cual la UE “es, o debería ser, una organización internacional como la OCDE o el FMI”. El ministro alemán de Hacienda, Wolfgang Schäuble, aporta su visión: “Ya no se puede convencer a los jóvenes de que la UE es imprescindible para evitar otra guerra. Hay una generación para la que eso ya no vale. Necesitamos nuevas razones”.
Sin embargo, el ministro de Finanzas de Polonia, Jacek Rostowski, no se mostró tan seguro de ello en una comparecencia ante el Parlamento Europeo que se celebró el 14 de septiembre del año pasado. Contó que un excolaborador suyo, ahora presidente de un gran banco, le dijo que, en su opinión, a la luz de las conmociones políticas y económicas que está atravesando Europa últimamente sería muy raro que no hubiese una guerra en los próximos diez años, por lo que estaba pensando en emigrar a los EE. UU. con su familia. Ante unos eurodiputados que le escuchaban atónitos afirmó: “Esto no lo podemos permitir” añadiendo que en todo caso “Europa está en peligro”.
Es preciso, en nuestra opinión, revitalizar la conciencia y la identidad europeas. Hay que poner sobre la mesa argumentos, intereses comunes, activos y recursos humanos de naturaleza europea. Hay que generar un pensamiento europeísta y alimentar un fuerte movimiento europeo.
El pasado 9 de mayo, día de Europa, se leía un magnífico manifiesto en el Parlamento Vasco, impulsado por Eurobask y firmado por responsables políticos de todas las formaciones y numerosas personalidades. Se afirmaba, entre otras muchas ideas que “Tras el desconcierto y parálisis inicial, las respuestas a la crisis han puesto de manifiesto la marginación de las instituciones comunitarias, las divisiones internas, el debilitamiento del europeísmo y la contradicción entre las ambiciones europeas comunes y los intereses particulares de los Estados. Nuestra preocupación, va sin embargo más allá. En cada elección europea reciente se pone de manifiesto que Europa no solo se ha debilitado sino que, además, ha contraído una grave enfermedad cuyos síntomas son el populismo, el crecimiento de la extrema derecha y la normalización en los discursos políticos de posiciones extremistas y/o excluyentes”. Más adelante se dice lo siguiente: “Renovando nuestro compromiso europeo, los europeístas vascos queremos alzar hoy nuestra voz para afirmar que Europa no es el problema, Europa es la solución. Las dificultades que afrontamos actualmente se deben precisamente al secuestro de la Unión Europea por visiones cortoplacistas que impiden una decidida acción política europea que nos permita superar con éxito la actual crisis”.
Se pide, entre otras cosas, que se “reoriente el sistema financiero a su función tradicional: apoyar la eficacia de la economía productiva como uno de los factores generadores de bienestar social”. Asimismo, se aboga por reivindicar “una nueva política económica europea que, sin marginar los objetivos macroeconómicos, reducción de deuda y aumento de la competitividad, ponga en marcha una nueva revolución verde a través del impulso de la I+D+i, lo que permitirá acelerar el crecimiento económico y la creación de empleo y establecer nuevos instrumentos de cohesión económica y social, necesarios para superar las crecientes desigualdades sociales”.
Concluye así el manifiesto: “Alertamos por ello sobre los discursos del miedo y el desánimo que solo conducen al fracaso, egoísmo, insolidaridad y a posiciones xenófobas”.
No podemos estar más de acuerdo con estas palabras. Hay que hacer un esfuerzo especial para impulsar un movimiento ciudadano europeísta y, al mismo tiempo, para reforzar el pensamiento europeísta. El momento es delicado e importante. Edwin Truman, del Peterson Institute opina que Europa “corre el riesgo de romperse por tercera vez en un siglo, esta vez sin tanques ni aviones, con los mercados financieros como única artillería”.