II) Ante la crisis, más Europa
La Unión Europea, más en concreto la Eurozona, compuesta por 17 de los 27 países que conforman la Unión, está siendo protagonista de una gran tragedia griega. Está por ver quién o quiénes van a ser los héroes caídos (el euro, la UE, la propia Grecia y algún otro país…). Todos esperamos con ansiedad la aparición de un poderoso Deus ex machina que resuelva satisfactoriamente el embrollo en el que estamos metidos.
En octubre de 2009, el nuevo gobierno socialista encabezado por Papandreu anuncia que los datos de déficit y deuda pública del país son muy superiores a los que había dado el anterior gobierno conservador. El banco Goldman Sach había asesorado al anterior gobierno para habilitar vías de financiación que no fuesen contabilizados en las cifras del déficit y la deuda. Ni las agencias de calificación ni las autoridades de Bruselas habían detectado lo que estaba pasando, y cuando Papandreu desveló que el déficit presupuestario era porcentualmente del 12,7% y que la deuda pública ascendía al 113,4% del PIB se produjo una auténtica convulsión en la UE. A la Unión y a sus países les había afectado ya el estallido de la crisis financiera y los gobiernos y los bancos centrales habían empezado ya a intervenir.
Algunos medios anglosajones habían acuñado el término PIGS para referirse a los cuatro países del sur de Europa (PIIGS en algunos casos si se incluye a Irlanda), señalando que el estado de sus cuentas públicas era malo e inestable, y su situación económica estaba llena de incertidumbres. La impresión que tienen muchos analistas es que el miedo y la desconfianza se instalaron en el ánimo de los dirigentes de los países más importantes de la UE y de las instituciones de la Unión. Ello trae consigo el debilitamiento del espíritu europeísta y de las instituciones comunitarias, y el reforzamiento de los gobiernos y de los intereses de los países miembros de la Unión. En este contexto, destaca el hiperliderazgo de la canciller alemana Merkel y del presidente francés Sarkozy, quienes celebran cumbres bilaterales antes de las reuniones de la Comisión Europea, del Eurogrupo o del Ecofin, que asumen las decisiones previamente acordadas por Merkozy. Una opinión compartida por muchos analistas es que en las decisiones de los citados dirigentes priman los intereses nacionales, y que la búsqueda del denominador común de los intereses de los 27 países de la Unión y la defensa de cualquier proyecto europeo y europeísta quedan relegados cuando no subsumidos en una suerte de “sálvese quien pueda” en clave nacional.
Lo cierto es que la crisis ha puesto de manifiesto los grandes déficits y las grandes dificultades de la construcción europea y, al mismo tiempo, ha evidenciado que la Unión Europea ha de trabajar unida para salir de la situación actual porque hay una coincidencia muy amplia y generalizada en el sentido de que fuera de la Unión no hay salvación y de que, guste más o guste menos, los intereses de todos los países que la conforman se hallan ya irremediablemente entrelazados de manera que la caída o la quiebra de un país arrastrará la de otros o al menos ocasionará graves perjuicios a los demás.
Numerosos expertos, de entre los que destaca el Nobel de Economía Paul Krugman, han señalado que el euro se diseñó mal y que sus deficiencias explicarían en parte las especificidades de la crisis que se dan en la Eurozona. Muchos de esos expertos abogan por una unión fiscal y por un reforzamiento notable de la política presupuestaria común de la UE.
II.1. El Banco Central Europeo
Una pieza fundamental en la arquitectura de la Eurozona y en la situación que se está viviendo es el Banco Central Europeo. Diseñado a imagen y semejanza del Bundesbank, su cometido principal en la gestión de la política monetaria del euro es el control de la inflación. Tiene prohibido, por los tratados de la Unión y por su Reglamento, prestar directamente dinero a las administraciones públicas, a diferencia de la Reserva Federal de EE. UU. o el Banco de Inglaterra, que sí pueden actuar como prestamistas de última instancia.
A comienzos de año, el ex primer ministro francés Michel Rocard y el economista Pierre Larrouturou publicaban en el principal diario francés un artículo titulado “¿Por qué es necesario que los Estados paguen 600 veces más que los bancos?” (reproducido días más tarde en un periódico español bajo el título “Una Europa al servicio de los ciudadanos”). En dicho artículo daban cuenta de que la Reserva Federal de EE. UU. prestó la cantidad de 1.200 billones de dólares a bancos en dificultades a un interés de 0,01%. Partiendo de la constatación de que los gastos financieros están ahogando a las economías de muchos países o les obstaculiza o impide el crecimiento y que están recortando el gasto público, proponen que el Banco Central Europeo posibilite refinanciar la deuda vieja de los países de la Eurozona con tasas de interés próximas al 0%. Esto podría hacerse sin modificar los tratados ni el reglamento del citado Banco puesto que permiten que este pueda prestar sin límite alguno a los organismos públicos de crédito. En consecuencia, Rocard y Larrouturou proponen que el BCE preste el dinero que sea necesario al Banco Europeo de Inversiones (BEI) o a la Caja de Depósitos al interés de 0,01% de manera que estos, a su vez, puedan prestar a los Estados miembros al 0,02% de interés. Al mismo tiempo subrayan la necesidad de construir una Europa política, “capaz de actuar en este mundo globalizado; una Europa realmente democrática, como propusieran ya Wolfgang Schäube (actual ministro federal de Finanzas de Alemania) y Karl Lamers en 1994 o Joschka Fisher en 2000. Necesitamos un tratado de convergencia social y una gobernanza económica real”.
Resulta escandaloso, en cualquier caso, que el Banco Central Europeo, que es un banco público que debe estar al servicio de los ciudadanos y ciudadanas de la Eurozona, haya prestado casi un billón de euros a los bancos desde octubre del año pasado a un interés del 1% para que estos compren en los mercados bonos de deuda soberana a los Estados, exigiéndoles un interés bastante superior, dependiendo de la famosa “prima de riesgo” de cada país, de manera que Grecia, Italia, España, Portugal o Irlanda tienen que pagar para refinanciar su deuda pública unos intereses superiores al 5%, destinando recursos presupuestarios absolutamente necesarios para el gasto social a gastos financieros que van a alimentar los beneficios privados de los bancos (o van a aminorar su deuda). La ciudadanía no puede entender esto porque escapa a toda lógica. ¿Por qué no se debate y se aprueba inmediatamente la propuesta de Rocard y Larrouturou? ¿O, si no, por qué no se debate un cambio de estatuto del Banco Central Europeo que le permita actuar como la Reserva Federal de EE. UU.?
Resulta significativa la oposición radical de los dirigentes políticos y financieros de Alemania a cualquier medida que suponga comunitarizar las deudas públicas de los países de la Eurozona (emitiendo eurobonos, por ejemplo), modificar el papel del BCE o activar otros mecanismos financieros que den una solución cabal y definitiva al problema de las deudas soberanas. El presidente del Bundesbank, Jens Weidmann, mostró su monumental enfado cuando el BCE decidió comprar, empleando fórmulas técnicas que le permitieran sortear la prohibición a la que nos hemos referido, deuda soberana de Italia y España, cuando los mercados financieros atacaban a los citados países con intención de obtener pingües beneficios especulando con sus bonos. Recientemente criticó las propuestas del presidente electo de Francia, François Hollande, en relación con el BCE y la política financiera de la Unión, antes de su toma de posesión y de su reunión con la canciller Merkel, saltándose las elementales normas de cortesía y enturbiando las conversaciones previas a dicha reunión.
Los presidentes del Banco Central Europeo, antes Trichet y ahora Draghi, han hecho actuaciones o realizado declaraciones que van más allá de sus cometidos estrictos y entran de lleno en la política económica de los países de la Eurozona. Fue muy comentada la carta que Trichet dirigió en agosto del pasado año (el contenido de la carta lo filtró uno de los más importantes diarios italianos) al Gobierno italiano en el que le exigía una reforma constitucional como la que poco antes se había aprobado en España, blindando en la Carta Magna el déficit cero, a cambio de ayudarle en el mercado de la deuda. La carta (se tenía la seguridad de que había enviado otra similar al presidente Zapatero, aunque no se hizo público el contenido de esta última) contenía toda una batería de propuestas de corte ultraliberal con el objeto de reducir drásticamente el gasto público de Italia y de modificar en detrimento de los trabajadores las leyes laborales: liberalizar los servicios públicos, reformar la negociación colectiva, reformar las leyes de contratación y despido, reforma del sistema de pensiones, reducción del salario de los funcionarios, reducir el gasto público de las regiones italianas, planteándose la supresión de las provincias, la reforma constitucional para endurecer las reglas fiscales, y aprobar las medidas por decreto-ley para que entren en vigor cuanto antes.
II.2. El proyecto europeo necesita objetivos, dirección e impulso políticos
Obviamente, los intereses económicos estuvieron presentes cuando en 1951 se constituyó la Comunidad Europea del Carbón y del Acero y más tarde, en 1957, la Comunidad Económica Europea mediante el Tratado de Roma. Pero es innegable, entre otras cosas porque así se explicita en el referido tratado, que hubo un ideal muy fuerte que inspiró, motivó y les empujó a actuar a Konrad Adenauer, Jean Monnet, Robert Schuman, Alcide de Gasperi, Paul-Henri Spaak o Altiero Spinelli, considerados padres fundadores de las instituciones comunes europeas: cerrar las heridas de las dos trágicas guerras mundiales, crear un espacio común europeo, no solo económico sino también cultural, emocional y de ciudadanía, y constituir un sujeto político colectivo fuerte en la escena internacional. Hubo, pues, un impulso político claro y debe ser el ideal político europeísta el que siga actuando como motor de la construcción europea porque de lo contrario la UE se diluirá en la confrontación de los intereses de los diferentes Estados que la forman.
Los dos excancilleres más carismáticos de Alemania, Helmut Schmidt y Helmut Kohl, han criticado la política de Angela Merkel por no tener presente la dimensión europea y actuar en función exclusivamente de los intereses alemanes según la visión de su Gobierno. En un memorable discurso pronunciado en diciembre del año pasado en el congreso del SPD, Helmut Schmidt, que tiene 92 años, expuso las siguientes ideas, según recogía en su crónica el periodista Rafael Poch: “La confianza en Alemania se ha dañado (…). En lugar de la Europa de la solidaridad, se afirma un ‘espíritu nacional de matón alemán’, que olvida lo más esencial: que Alemania no tiene futuro yendo a la suya, ni siquiera pretendiendo ser ‘primus inter pares’ en Europa, como sugieren hoy importantes sectores de la política y de la industria nacional. Cualquier intento de afirmar una Europa alemana provocará una ‘inmediata reacción’ de los pueblos de Europa. En los últimos años han surgido dudas considerables sobre la constancia de la política alemana. Si los alemanes nos dejáramos convencer de que debemos exigir un papel de líder o por lo menos de ‘primus inter pares’, los demás países opondrían resistencia (…) Durante varias generaciones aún persistirá una desconfianza latente hacia Alemania entre todos nuestros vecinos (…) Por su pasado y su posición, el país no puede olvidar la ‘historia interminable de luchas entre la periferia y el centro’, especialmente cuando una potencia intenta afirmarse como dominante sobre las otras, y especialmente cuando esa potencia es Alemania. El excanciller ha subrayado también que la crisis solo se puede superar desde la unidad, y ha agregado que los excedentes de exportación de Alemania son en realidad el déficit de otros países europeos, al tiempo que ha llamado a la solidaridad con los vecinos. ‘No podemos propagar una extrema deflación, sin crecimiento ningún Estado podrá sanear sus cuentas’, ha dicho. ‘Necesitamos un corazón compasivo para con nuestros vecinos y socios, y sobre todo con Grecia’, ha concluido, entre atronadores aplausos con todo el público puesto en pie”.
Por otra parte, un grupo de 2.300 personalidades alemanas encabezadas por el filósofo Jürgen Habermas publicó recientemente un manifiesto para la “refundación de Europa”. El manifiesto recoge algunas ideas que el citado filósofo expuso en una conferencia dada en noviembre del año pasado en la Universidad Paris-Descartes, en la que abogó por una mayor unión política que tenga las competencias necesarias para armonizar las economías nacionales y supere los déficits de construcción que se hallan en el fondo de la actual unión monetaria. Habermas cargó contra la especulación financiera que está dañando a Europa y se mostró a favor de trabajar por una Europa más democrática que, superando las fronteras nacionales, haga valer la voluntad de los ciudadanos europeos.
II.3. ¿Qué hemos hecho con Grecia?
La gestión que las autoridades europeas han hecho de la crisis griega no podía haber sido peor. Es hora de decir alto y claro por parte de quienes defendemos los derechos humanos que existe una corresponsabilidad por parte de los responsables políticos de la UE ante la situación de pobreza, hambre y angustia que vive una buena parte de la ciudadanía griega.
En primer lugar, porque se sabía o se tenía que saber cuál era el estado real de la economía y de las cuentas públicas de Grecia cuando ingresó en la Unión y después en la Zona Euro. No puede ser que cuando el Gobierno de Papandreu desvela en octubre de 2009 las verdaderas cifras del déficit presupuestario y de la deuda pública de su país, lo cual llevaba implícito que el anterior gobierno conservador de Karamanlis había engañado a la Comisión Europea, ni el Ejecutivo europeo, ni el Consejo, ni el comisario de Economía, ni el Ecofin, ni el Eurogrupo, ni el Banco Central Europeo, ni el FMI, ni las agencias de rating no tuviesen información previamente sobre esos números. Si lo sabían mal y si no lo sabían peor. En cualquier caso, el haber aceptado a Grecia en la UE y en la Eurozona conlleva necesariamente una corresponsabilidad en la gestión de la crisis y en la resolución del problema. Insistimos: para la resolución del problema, no para su agravamiento.
Grecia representa el 2% del PIB europeo. La deuda pública a finales de 2009 ascendía a casi 300.000 millones de euros según datos del Eurostat. Según Rafael Pampillón, profesor del Instituto de Empresa (IE), buena parte de la deuda griega se debía a la banca francesa (73.000 millones de dólares, 2,6% del PIB francés) y a la alemana (38.000 millones, 1,1% del PIB alemán). Una acción decidida e inmediata de las autoridades de la Unión y del Banco Central Europeo, habilitando una línea de crédito a un interés bajo (el 1% legal establecido por el BCE, por ejemplo) e impulsando, junto con el Gobierno griego, una política económica que aunase disciplina presupuestaria con estímulos para garantizar la sostenibilidad económica habría encauzado el problema. Es cierto que los mercados habían puesto el foco ya en Portugal, Irlanda, España e Italia y que cualquier solución aplicada a Grecia habría sido reclamada para que fuese aplicada en los citados países. Pero no es menos cierto, en opinión de numerosos expertos, que una acción decidida y eficaz por parte de las autoridades de la Unión habría enviado un mensaje contundente a los mercados, en el sentido de que los problemas de cualquier país de la Eurozona eran problemas compartidos y asumidos por el conjunto de los países que la forman. Eso hubiese supuesto, seguramente, una reacción contraria de la opinión pública de algunos países (Alemania, Finlandia, Holanda, etc.) pero es responsabilidad de las autoridades políticas adoptar a veces medidas impopulares y explicarlas con honestidad, altura de miras y visión histórica. En todo caso, es evidente que las decisiones adoptadas fueron equivocadas porque con el tiempo han agravado notablemente la situación.
Tras un proceso tormentoso y plagado de dificultades y desconfianzas, se aprueba en mayo de 2010 una ayuda económica a Grecia por importe de 110.000 millones de euros (80.000 la UE y 30.000 el FMI). La ayuda cubre algo más de la tercera parte de la deuda soberana, se concede a un tipo de interés (al principio al 5%, pero se va ajustando a la baja –al 4,2%, 3,5%…– porque se constata que incrementa notablemente los gastos financieros) superior al fijado por el BCE, y con un plazo corto de devolución y a cambio de exigir recortes draconianos en el gasto público y un aumento de impuestos que asfixian la economía griega. El resultado es bien conocido: los ingresos públicos han caído a plomo, ha aumentado el fraude fiscal y la evasión de capitales, también la economía sumergida, se han incrementado notablemente el paro y con ello las necesidades de gasto social... También han aumentado sustancialmente los gastos financieros, puesto que si elevado es el interés que la UE y el FMI le imponen a los préstamos concedidos, es aún mayor el interés que Grecia tiene que pagar por colocar en el mercado los bonos que necesita para pagar la parte de la deuda que no cubren los citados préstamos y poder tener liquidez para poder hacer frente a las obligaciones de pago de las administraciones públicas: los bonos a diez años tienen que pagar un interés no menor al 7% al principio, cifra que va subiendo a medida que la crisis se agudiza hasta llegar al 13% o más. El 31 de diciembre de 2011 la deuda pública griega, según datos del Eurostat, es de 355.000 millones de euros, es decir pese al préstamo concedido y pese a los drásticos recortes de gasto público y social ha aumentado en estos dos últimos años.
El rescate aprobado en mayo de 2010 ha fracasado y se ha tenido que aprobar un segundo rescate o ayuda, que tras un complejísimo y enrevesado proceso y tras una reunión de trece horas ve la luz el 21 de febrero de este año. El nuevo plan descansa en dos pilares: una nueva ayuda por importe de 130.000 millones de euros (a un interés esta vez de 1,5%) y una reducción en 107.000 millones de la deuda griega a base de canjear los bonos griegos que los inversores tienen en sus manos por otros nuevos con un 53,5% menos de valor nominal. La ejecución de este segundo plan está plagada de dificultades puesto que la materialización de la ayuda pública está supeditada a nuevos recortes y sacrificios, que los electores griegos han rechazado votando mayoritariamente en las recientes elecciones celebradas el 6 de mayo a favor de los partidos que se han opuesto a los mismos. Y por lo que respecta al canje de los bonos hay incógnitas sin despejar como el efecto que tendrá esta quita en la activación de los CDS o seguros de impago y las consecuencias que ello acarrearía. Responsables de la llamada “troika” (técnicos de la Comisión Europea, del BCE y del FMI) y algunos analistas han expresado, antes de que se ejecute el segundo plan de rescate, que aún está en el aire, que hará falta un segundo rescate puesto que la economía griega se halla en estado de coma y los ingresos fiscales continúan cayendo.
En Grecia, según denuncian varias ONG, hay familias con niños que están pasando hambre. La tasa de suicidios se ha disparado. Tuvo una gran repercusión mediática en toda Europa y supuso una conmoción social en Grecia el suicidio, el pasado 4 de abril, de un farmacéutico jubilado de 77 años, Dimitris Christoulas que se pegó un tiro en la cabeza cerca del Parlamento dejando una nota manuscrita en su bolsillo: “Soy jubilado. No puedo vivir en estas condiciones. Me niego a buscar comida en la basura. Por eso he decidido poner fin a mi vida”. La periodista María Antonia Sánchez-Vallejo firmaba una crónica el 12 de mayo en Atenas en la que daba cifras escalofriantes: más de una tercera parte de la población está por debajo del umbral de pobreza, el 53% de los jóvenes está en paro y los hogares ingresan la mitad de dinero que en 2010. Sabido es que la xenofobia está aumentando espectacularmente en el país helénico y que un grupo abiertamente neonazi, que exigió a los periodistas que se levantasen para saludar a su líder en su primera comparecencia tras las elecciones, ha entrado en el Parlamento griego con un 6,92% de apoyo popular (426 mil votos).
La gran paradoja, en cualquier caso, es que Europa, la Unión Europea, está dejando que se hunda la cuna de la civilización y de la cultura europea. El país de los padres de la filosofía europea y mundial, donde se inventó la democracia y la política, donde se establecieron los primeros principios importantes de muchas ciencias (de las matemáticas, de la medicina, de la astronomía etc.) donde nació el teatro, donde nació Homero, donde surgieron los juegos olímpicos y tiene sus raíces la carrera maratón, el país que influyó decisivamente en las bases culturales, religiosas y civilizatorias de la Roma clásica… Pues bien, Grecia se está desangrando ante nuestros ojos sin que nuestra conciencia europea, si es que existe, se inmute ni se conmueva. Una Europa dominada por los intereses de los bancos y gestionada por eurócratas bajo la responsabilidad de unos dirigentes políticos que velan por sus intereses político-electorales nacionales cortoplacistas se muestra incapaz de hallar una solución eficaz a una situación que empeora cada día que pasa. Y los ciudadanos y ciudadanas europeos no estamos siendo capaz de mostrar nuestra solidaridad con nuestros conciudadanos griegos ni de presionar a nuestros gobernantes para que asuman consecuentemente su responsabilidad europea con respecto a ese país nuclear de Europa. El caso es que los ciudadanos y ciudadanas de Europa no seríamos lo que somos sin los grandes hombres y mujeres de la Antigua Grecia: sin Sócrates, Platón, Aristóteles o Anaxágoras, sin Eurípides, Homero, Aristófanes, Píndaro o Sófocles, sin Safo, sin Alejandro Magno, sin Pericles o Demóstenes, sin Hipócrates, sin Pitágoras, Arquímedes o Euclides, sin Tales de Mileto o Aspasia, sin Heródoto o Tucídides, sin Fidias o Mirón, etc.
II.4. Construir una ciudadanía europea sólida
Para que el proyecto y la utopía europea, que están en horas muy bajas, sobrevivan hace falta, según una opinión cada vez más extendida, fortalecer la conciencia de ciudadanía europea inyectándole espíritu europeísta e, igualmente, se hace preciso garantizar la primacía de la política sobre los intereses privados, sobre todo los de los bancos.
Si los padres fundadores de la Comunidad Económica Europea, luego Unión Europea, levantasen la cabeza se horrorizarían ante la deriva antieuropeísta que ha adoptado la Unión y muchos de ellos suscribirían seguramente el manifiesto “Indignez vous” de Stéphane Hessel, uno de los redactores de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. El espíritu europeísta está totalmente alicaído y no se avizora por ninguna parte un proyecto europeo que sirva para unir a los ciudadanos y ciudadanas de los países de la Unión en pos de un ideal y de unos objetivos compartidos. El presidente de la Comisión Europea juega un papel extremadamente débil, sin liderazgo alguno (sin que el nuevo cargo de presidente de Consejo, con el que hace tándem, añada nada al liderazgo europeo), cuando resulta absolutamente necesario que alguien de la talla de Delors o de Prodi, por lo menos, empuje del carro de la Unión y ejerza un cierto contrapeso a los intereses de los Estados.
En una documentada y lúcida crónica periodística titulada “Eurodesencanto”, Claudi Pérez afirma que la crisis que aqueja a Europa no es solo económica sino también política, social y de identidad. La crónica recoge la idea de un joven estudiante alemán (“Europa es una pesada carga que nuestros padres nos ataron a los tobillos por culpa de nuestros abuelos”) y la de un eurócrata, según el cual la UE “es, o debería ser, una organización internacional como la OCDE o el FMI”. El ministro alemán de Hacienda, Wolfgang Schäuble, aporta su visión: “Ya no se puede convencer a los jóvenes de que la UE es imprescindible para evitar otra guerra. Hay una generación para la que eso ya no vale. Necesitamos nuevas razones”.
Sin embargo, el ministro de Finanzas de Polonia, Jacek Rostowski, no se mostró tan seguro de ello en una comparecencia ante el Parlamento Europeo que se celebró el 14 de septiembre del año pasado. Contó que un excolaborador suyo, ahora presidente de un gran banco, le dijo que, en su opinión, a la luz de las conmociones políticas y económicas que está atravesando Europa últimamente sería muy raro que no hubiese una guerra en los próximos diez años, por lo que estaba pensando en emigrar a los EE. UU. con su familia. Ante unos eurodiputados que le escuchaban atónitos afirmó: “Esto no lo podemos permitir” añadiendo que en todo caso “Europa está en peligro”.
Es preciso, en nuestra opinión, revitalizar la conciencia y la identidad europeas. Hay que poner sobre la mesa argumentos, intereses comunes, activos y recursos humanos de naturaleza europea. Hay que generar un pensamiento europeísta y alimentar un fuerte movimiento europeo.
El pasado 9 de mayo, día de Europa, se leía un magnífico manifiesto en el Parlamento Vasco, impulsado por Eurobask y firmado por responsables políticos de todas las formaciones y numerosas personalidades. Se afirmaba, entre otras muchas ideas que “Tras el desconcierto y parálisis inicial, las respuestas a la crisis han puesto de manifiesto la marginación de las instituciones comunitarias, las divisiones internas, el debilitamiento del europeísmo y la contradicción entre las ambiciones europeas comunes y los intereses particulares de los Estados. Nuestra preocupación, va sin embargo más allá. En cada elección europea reciente se pone de manifiesto que Europa no solo se ha debilitado sino que, además, ha contraído una grave enfermedad cuyos síntomas son el populismo, el crecimiento de la extrema derecha y la normalización en los discursos políticos de posiciones extremistas y/o excluyentes”. Más adelante se dice lo siguiente: “Renovando nuestro compromiso europeo, los europeístas vascos queremos alzar hoy nuestra voz para afirmar que Europa no es el problema, Europa es la solución. Las dificultades que afrontamos actualmente se deben precisamente al secuestro de la Unión Europea por visiones cortoplacistas que impiden una decidida acción política europea que nos permita superar con éxito la actual crisis”.
Se pide, entre otras cosas, que se “reoriente el sistema financiero a su función tradicional: apoyar la eficacia de la economía productiva como uno de los factores generadores de bienestar social”. Asimismo, se aboga por reivindicar “una nueva política económica europea que, sin marginar los objetivos macroeconómicos, reducción de deuda y aumento de la competitividad, ponga en marcha una nueva revolución verde a través del impulso de la I+D+i, lo que permitirá acelerar el crecimiento económico y la creación de empleo y establecer nuevos instrumentos de cohesión económica y social, necesarios para superar las crecientes desigualdades sociales”.
Concluye así el manifiesto: “Alertamos por ello sobre los discursos del miedo y el desánimo que solo conducen al fracaso, egoísmo, insolidaridad y a posiciones xenófobas”.
No podemos estar más de acuerdo con estas palabras. Hay que hacer un esfuerzo especial para impulsar un movimiento ciudadano europeísta y, al mismo tiempo, para reforzar el pensamiento europeísta. El momento es delicado e importante. Edwin Truman, del Peterson Institute opina que Europa “corre el riesgo de romperse por tercera vez en un siglo, esta vez sin tanques ni aviones, con los mercados financieros como única artillería”.
II.5. Los derechos humanos y el Estado social y los derechos sociales: núcleos de los valores europeos
Uno de los valores compartidos más importante de Europa son los derechos humanos y junto con ello la idea de Estado social y democrático de derecho y la construcción del Estado de bienestar o Estado social. Forman parte del ADN de Europa y los ciudadanos y ciudadanas del continente sentimos que todo eso forma parte de nuestra identidad común. Que los valores que subyacen al Estado de bienestar y lo fundamentan son lo que nos une, uno de los patrimonios europeos comunes más importantes. La evolución del capitalismo hacia lo que se denominó economía social de mercado o capitalismo renano es una creación europea. Las dos corrientes político-ideológicas que impulsaron la creación del Estado de bienestar en Europa tras la II Guerra Mundial –y después la Comunidad Económica Europea– han sido la socialdemocracia y la democracia cristiana enraizada en el humanismo cristiano, dos pensamientos políticos genuinamente europeos.
El Estado social y los derechos económicos y sociales y la idea y el proyecto de Europa están, pues, indisolublemente unidos, de manera que la supervivencia y la sostenibilidad del Estado social y de los derechos referidos necesitan de Europa. Pero, de igual modo, la construcción de Europa, una Unión Europea que tenga unos valores y una identidad compartidas, que tenga corazón y alma, que sea mucho más que un espacio de confrontación civilizada de intereses económicos y de intereses de los Estados, necesita sustentarse sobre los valores de la igualdad, de la solidaridad y la fraternidad y de la dignidad humana, que fundamentan el Estado social y los derechos sociales.
He ahí una buena razón, un argumento poderoso, para que todos los europeos y europeas nos unamos en pos de un objetivo común.
II.6. ¿Hay solución?
La crisis financiera que estalla en EE. UU. en septiembre de 2008 ha devenido en crisis de las deudas soberanas de los países europeos, crisis del euro, crisis del Estado de bienestar y crisis de la Unión Europea. Se debería reflexionar a este respecto. Es difícil demostrar que en esa transmutación de la crisis hayan intervenido intereses económicos que buscan la destrucción del euro o intereses ideológicos ultraliberales que persiguen el fin del Estado de bienestar.
Lo cierto es que el Tratado de Maastricht firmado en 1992 ya estableció que la Unión Económica y Monetaria debería tener, entre otros, los siguientes criterios de convergencia: una deuda pública acumulada inferior al 60% del PIB, y un déficit público anual inferior al 3% del PIB. El Pacto de estabilidad y crecimiento adoptado en 1997 ratificaba esos criterios y fijaba una supervisión fiscal de los países miembros y un régimen sancionador por el incumplimiento de las condiciones del mismo. Se quería asegurar la continuación de la misma disciplina fiscal que se había establecido entre los candidatos a la entrada en el euro con los referidos criterios de convergencia cuando la moneda común se pusiera en marcha (El euro se introdujo en los mercados financieros mundiales, como una moneda de cuenta el 1 de enero de 1999, reemplazando la antigua Unidad Monetaria Europea (ECU). Las monedas y billetes del euro entraron en circulación el 1 de enero de 2002).
¿Había necesidad de un nuevo Tratado europeo de estabilidad fiscal? Este tratado, llamado de estabilidad, coordinación y gobernanza en la unión económica y monetaria, persigue una mayor disciplina fiscal y una mayor integración económica; obtuvo en la cumbre europea de 9 de diciembre de 2011 la aprobación de todos los países de la Unión salvo Reino Unido y República Checa y fue firmado el 2 de marzo del presente año, aunque para su aprobación definitiva necesita la ratificación de los Parlamentos de los Estados o por referéndum popular, como en el caso de Irlanda. Se está en la actualidad en esa fase. La entrada en vigor del nuevo Tratado, si se ratifica, será el 1 de enero de 2013.
Todo parece indicar que el nuevo tratado ha sido impulsado para dar una nueva vuelta de tuerca a las exigencias de rigor presupuestario, endureciendo los criterios fijados en Maastricht, de manera que se establece el objetivo de déficit estructural presupuestario del 0,5% según el calendario que deberá aprobar la Comisión Europea. Pero sobre todo se quiere mandar un mensaje claro a los mercados sobre su cumplimiento, teniendo en cuenta que los criterios de Maastricht no se cumplieron ni se activaron los mecanismos de sanción previstos, seguramente porque Alemania y Francia los incumplieron. Como garantía de cumplimiento ante las reticencias de los inversores financieros el tratado prevé un régimen sancionador más riguroso y exigente. Por otra parte, se ha presionado a los países más vulnerables como España para que incluso antes de la entrada en vigor del tratado se establezcan en la misma Constitución los criterios de rigor presupuestario.
La reforma del art. 135 de la Constitución española, impulsada por el PSOE y el PP y tramitada con urgencia, fue sancionada por el Rey el 27 de septiembre de 2011 y dispone, entre otras normas, que “El Estado y las Comunidades Autónomas no podrán incurrir en un déficit estructural que supere los márgenes establecidos, en su caso, por la Unión Europea para sus Estados Miembros”. Las nuevas normas constitucionales han sido desarrolladas y concretadas por la Ley Orgánica 2/2012 de 27 de abril de Estabilidad Presupuestaria y Sostenibilidad Financiera. La citada ley orgánica dispone, en relación con la deuda pública, que esta no podrá superar el 60% del Producto Interior Bruto (PIB) o el que establezca la normativa europea; el reparto entre diferentes administraciones territoriales se hará conforme a estos porcentajes: 44% la Administración central, 13% las Comunidades Autónomas y el 3% el conjunto de las corporaciones locales (Ayuntamientos y Diputaciones, principalmente). Con respecto a los Presupuestos de las administraciones públicas se fija el principio de que no podrá haber déficit presupuestario aunque se admite un déficit estructural, justificado en razones de reformas estructurales, del 0,4% del PIB. Según la disposición transitoria primera de la ley en 2020 deberán cumplirse los objetivos de equilibrio presupuestario y de deuda pública señalados.
El informe del instituto europeo de estadística Eurostat recoge los datos oficiales de déficit y de deuda de los países de la UE a 31 de diciembre de 2013. Los relativos al déficit presupuestario de los países más grandes, en función de su economía o de su población, y de los más expuestos al riesgo o vulnerables, expresados en porcentaje del PIB, son los siguientes: Media de la UE (27 países): 4,5%; Media de la Eurozona (17 países): 4,1%; Bélgica: 3,7%; Alemania: 1%; Irlanda: 13,1%; Grecia: 9,1%; España: 8,5%; Francia: 5,2%; Italia: 3,9%; Holanda: 4,7%; Polonia: 5,1%; Portugal: 4,2%; Suecia: 0,3%; Reino Unido: 8,3%.
Por lo que respecta a la deuda pública, estos son los datos de los países mencionados: Media de la UE (27 países): 82,5%; Media de la Eurozona (17 países): 87,2%; Bélgica: 98%; Alemania: 81,2%; Irlanda: 108,2%; Grecia: 165,3%; España: 68,5%; Francia: 85,8%; Italia: 120,1%; Holanda: 65,2%; Polonia: 56,3%; Portugal: 107,8%; Suecia: 38,4%; Reino Unido: 85,7%.
El déficit presupuestario medio de los países del Eurogrupo es de 4,1%, muy inferior al más de 10% de EE. UU. Según Daniel Gros, director del CEPS (Centre for European Policy Studies) “el problema es la distribución de los ahorros dentro de la Eurozona. Hay un exceso de ahorro al norte de los Alpes; la reticencia de los ahorradores del Norte a invertir en la periferia es la raíz del problema”. Opina que si el BCE se convirtiera en comprador de última instancia de la deuda rechazada por los mercados el problema desaparecería porque daría garantías y tranquilidad a los ahorradores.
El problema real es la enorme deuda con un elevado nivel de riesgo que tienen los bancos europeos. Nadie sabe, además, a ciencia cierta cuál es el volumen del problema. Se han hecho dos pruebas de resistencia, que han resultado ser un fiasco porque muchos bancos dieron a sus activos inmobiliarios o financieros un valor irreal e inflado. Al final, a trancas y a barrancas, con sustos y con sorpresas, acabará saliendo a la superficie el alcance real de los problemas que tienen los bancos europeos, como ocurrió, por referirnos a los casos más recientes, con Dexia o con Bankia, y siempre se encontrará una solución porque, como dice el refranero popular, “la Banca nunca pierde” o, empleando una formulación más sofisticada, hay bancos que son “demasiado grandes” para caer (too big to fail) porque afectarían gravemente a todo el sistema financiero y hay que salvarlos a toda costa. Según información dada al Parlamento Europeo por el presidente de la Comisión Europea Durao Barroso el 28 de septiembre de 2011, la aportación que los contribuyentes europeos habrían hecho, sumando ayudas y garantías, para salvar el sector financiero ascendería a 4,3 billones de euros. Además, según señaló en la misma sesión Algirdas Semeta, comisario de Fiscalidad, Unión Aduanera, Auditoría y Lucha contra el fraude, el sector financiero se ha beneficiado de impuestos bajos y de la exención del IVA, que habría supuesto al sector un ahorro de 18.000 millones de euros al año.
Ahora bien, lo que no resulta admisible es que los bancos sean salvados a costa de sacrificar derechos y prestaciones sociales. Si se puede sacar dinero de donde sea para salvar a los bancos, se debe poder sacar dinero también para salvar el Estado social y los recursos necesarios para atender debidamente los derechos sociales.
Hay diferentes soluciones técnicas que se han propuesto que aliviarían las cargas financieras de los Estados y las administraciones públicas; asegurarían, al mismo tiempo, la financiación de sus necesidades, y flexibilizarían y aminorarían las exigencias de recorte del gasto público. Reducirían, por último, la dependencia con los mercados financieros. Veamos cuáles son las soluciones que proponen diferentes expertos o responsables públicos:
– Obviamente, desde los órganos decisorios de la Unión se pueden alargar o flexibilizar los plazos de exigencia del cumplimiento de los criterios relativos al déficit presupuestario y a la deuda pública, como se hizo anteriormente.
– Pueden habilitarse recursos financieros que se destinen a estimular o dinamizar la economía y a crear empleo, a través del Presupuesto de la UE, de los fondos estructurales y de cohesión o por medio de préstamos a los Estados o a las empresas, préstamos concedidos por el Banco Europeo de Inversiones a bajo interés. Cada vez son más las voces que claman por que se estimule la economía no solo para combatir el paro sino para que con ello se incrementen los ingresos públicos y se pueda asegurar el mantenimiento de los servicios públicos y de las prestaciones sociales y garantizar, al mismo tiempo, el pago de la deuda pública. Olivier Blanchard, economista jefe del FMI y reputado experto en Economía, es, junto con el organismo al que sirve, una de las voces más notables que critica la política de austeridad a secas que están llevando a cabo, con disciplina prusiana, las autoridades europeas. Según él, las medidas de austeridad acompañadas de bajo crecimiento, lejos de reducir las primas de riesgo las acaban aumentando.
– Puede modificarse, según hemos visto anteriormente, el estatus del Banco Central Europeo para que pueda prestar directamente a una tasa baja de interés a los Estados o, si no, tal como han propuesto Rocard y Larrouturou, canalizar los préstamos de forma indirecta, a través principalmente del Banco Europeo de Inversiones. El Nobel de Economía Joseph Stiglitz criticó abiertamente el papel del BCE en una conferencia dada en A Coruña el 24 de noviembre de 2011 y le reprochó anteponer el interés de los bancos a los de los países y los ciudadanos. Con respecto a su actuación en la crisis griega dijo que había sido cualquier cosa menos constructiva.
– El Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (FEEF), creado por la Unión Europea para hacer frente a la crisis, ha sido útil pero claramente insuficiente. El Mecanismo Europeo de Estabilización Financiera (MEEF), que echa a andar en julio de 2012, que tiene vocación de continuidad y sustituirá a aquel –aunque durante un tiempo convivirán ambas– debería dotarse de los recursos y herramientas necesarios para gestionar debidamente la crisis.
– Pueden emitirse eurobonos, según propusieron en diciembre de 2010 Jean-Claude Juncker, primer ministro de Luxemburgo y presidente del Eurogrupo y Giulio Tremonti, ministro de economía italiano, y han defendido numerosos economistas. Estos bonos, garantizados por la UE, serían emitidos por un organismo de deuda europeo; su emisión evitaría las especulaciones y las dificultades de los mercados financieros y el coste de los intereses según la prima de riesgo de cada país. Pero Alemania y los países que apoyan sus postulados se han opuesto sistemáticamente por entender que ello supondría mancomunar la deuda. En realidad se compartiría solo el riesgo pues los países deberían, obviamente, pagar la deuda contraída a través de los bonos al interés establecido.
– El Consejo de Expertos Económicos de Alemania, un órgano de gran reputación y reconocimiento formado por cinco sabios, que asesora a la Cancillería desde hace 50 años, hizo entrega a comienzos de noviembre del año pasado a la canciller Merkel un voluminoso informe en el que proponían la creación de una herramienta financiera similar a la idea de los eurobonos. Se trataría de crear un fondo de salvación de la deuda, de carácter temporal (20 o 25 años), que tendría como cometido principal financiar las deudas públicas soberanas que superen el umbral del 60% del PIB. El fondo podría tener una capacidad de 2,3 billones de euros y se utilizarían para su dotación las reservas de divisas, el oro de los bancos centrales y parte de la recaudación de algún impuesto como el IVA.
– El presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso, presentó el 28 de septiembre del año pasado ante el Parlamento Europeo un proyecto de Directiva para gravar las transacciones financieras en la UE con la que se prevé recaudar unos 57.000 millones de euros anuales. Estos fondos se destinarían a financiar principalmente el presupuesto comunitario. El problema es que esa tasa se aplicaría a partir de 2014. No se comprende por qué no puede entrar en vigor este mismo año.
Lo que está claro a estas alturas es que otra política es posible y que pueden adoptarse, en el seno de la Comisión Europea, del Consejo, del Ecofin, del Eurogrupo o en el Parlamento Europeo –en aquellas materias en las que este tiene poder de codecisión–, decisiones que hagan compatible los objetivos de equilibrio y sostenibilidad presupuestaria y aminoración de las deudas públicas con el mantenimiento de los servicios sociales y del Estado social.
II.7. Avanzar hacia una gobernanza económico-financiera europea
Además de las medidas que habrían de adoptarse a corto plazo, muchos analistas coinciden en la idea de que la Unión Europea debería avanzar en la dirección de una mayor unión económica, fiscal y presupuestaria, alumbrando un verdadero gobierno económico. Sería deseable para ello que empezase a construirse una arquitectura financiera que dé solidez y sostenibilidad al sistema financiero, con el fin de que las administraciones públicas, las empresas y los particulares no estén desprotegidos y sin capacidad de maniobra para atender sus necesidades de financiación. Puede ser razonable que se impongan para todos criterios de contención de déficits y deudas, así como normas estrictas para evitar que las deudas públicas y privadas incurran en la asunción de riesgos excesivos. Pero, en todo caso, la presente crisis ha puesto de manifiesto que para que las autoridades políticas democráticas no vuelvan a estar al albur de intereses privados espurios y de los vaivenes de los mercados financieros se hace preciso que la Unión Europea construya una arquitectura financiera que garantice la primacía de la política sobre los mercados financieros, en definitiva que los representantes democráticos lleven el timón del barco. En esa arquitectura financiera, los poderes públicos habrían de tener un papel decisivo, mediante la constitución o el reforzamiento de entidades financieras públicas y por medio de la acción normativa e inspectora, que ponga límites y condicione la actuación de las entidades financieras privadas.
Hay propuestas que pretenden hacer realidad el objetivo señalado, que van sumando apoyos entre los expertos, las organizaciones sociales y la ciudadanía y que entendemos deberían ser tomadas en consideración. Resulta necesario que existan poderosas herramientas financieras de naturaleza pública. La Unión Europea debería contar con una potente banca pública (dando un nuevo papel, por ejemplo, al Banco Europeo de Inversiones o creando una entidad nueva). Cabría plantearse que el Banco Central Europeo se transforme en una entidad similar a la Reserva Federal de EE. UU.
Se ha propuesto, por otra parte, la creación de una agencia pública europea de calificación de riesgos que rompa el oligopolio que constituyen las archiconocidas tres agencias privadas de calificación, que sirven a intereses privados.
Sean las que fuesen las soluciones técnicas, lo que resulta insoslayable para proteger y dar estabilidad y sostenibilidad al modelo de Estado social y democrático de derecho que conocemos es articular mecanismos, entidades y herramientas financieras públicas en el marco de la Unión Europea.
Hacemos nuestras, por otra parte, las ideas que, para servir a los intereses generales derivados del objetivo señalado en el párrafo precedente, propugnan una mayor regulación del mercado financiero, que se ponga fin a los paraísos fiscales, que se prohíban determinadas operaciones financieras altamente especulativas (por ejemplo, las llamadas ventas en corto) que pueden producir daños enormes a las haciendas y a las bolsas de los países más vulnerables, y que, asimismo, se impongan cargas impositivas a las transacciones financieras internacionales, que en la actualidad están exentas de tributación.
El sistema financiero debería estar al servicio de la economía productiva, de la economía real. Además, habría de estar regulado y controlado para evitar que se vuelvan a producir actuaciones especulativas e incompetentes de algunos de sus gestores que ocasionen, como ha ocurrido en la presente crisis, terremotos de gran magnitud en el sistema económico-productivo, en el sector público y en el tejido social, como está ocurriendo desde septiembre de 2008.
II.8. Una Unión Europea más democrática
Resulta muy desalentador que hayan sido Merkozy (el tándem Merkel y Sarkozy) –hasta las recientes elecciones presidenciales francesas, que auparon a la presidencia de ese país a François Hollande– y los presidentes del BCE (Trichet primero y después Draghi) quienes hayan llevado la voz cantante en la conducción de la crisis. Los Parlamentos de los países que forman parte de la Unión y el Parlamento Europeo apenas han tenido capacidad de intervención en el proceso de toma de decisiones. La Comisión Europea y su presidente José Manuel Durao Barroso, el Consejo Europeo y su presidente Hermann Van Rompuy, el Ecofin –el consejo de los ministros de finanzas de la UE– o el Eurogrupo –formado por los ministros de finanzas de la Eurozona, presidido hasta ahora por Jean-Claude Juncker–, incluso las cumbres de jefes de Estado y de Gobierno, todos ellos han tenido un papel muy diluido en el proceso que comenzó a finales de 2008. Ello ha puesto de manifiesto el enorme déficit democrático que arrastra la UE y ha debilitado hasta extremos muy preocupantes el proyecto europeo. El sueño europeo de quienes pusieron en marcha las primeras instituciones comunitarias está a punto de fenecer.
La gestión de la crisis ha puesto, pues, en evidencia un gigantesco y muy preocupante déficit democrático en la Unión Europea. Y lo que es peor aún, entidades privadas como las principales agencias de calificación de riesgos y las instituciones de calificación crediticia han adquirido un poder gigantesco que ha condicionado y condiciona la actuación de los representantes políticos. Muchos ciudadanos y ciudadanas de la Unión Europea, sobre todo los de los países más vulnerables pertenecientes a la Eurozona, sienten que su voz y su voto apenas cuentan en el proceso que está gestionando la crisis.