¿Qué pasa con las políticas de empleo?. Son importantes, pero no son lo único importante
Una de las formas habituales de encarar los fenómenos de exclusión es focalizar las posibles salidas en la búsqueda de empleo. La inserción a través del empleo se ha convertido en un elemento clave, y diríamos que inevitable, en la lucha contra la exclusión, sobre todo en el ámbito de los jóvenes que es el colectivo más afectado pro el desempleo. Pero, sin negar que ese es y seguirá siendo un factor muy importante en el camino para reconstruir un estatus de ciudadano completo de los jóvenes, hemos de recordar que si la exclusión tiene, como decíamos, una dimensión multifactorial y multidimensional, las formas de inserción han de ser plurales. En realidad, tenemos constancia de situaciones en las que a pesar de gozar de un empleo, no puede hablarse de inserción social, y, asimismo, se dan muchísimos casos en los que una plena inserción social no v
iene acompañada de empleo retribuido alguno, sin que ello signifique que esa persona o personas no hagan su “trabajo”. Por otro lado, cada v
ez es más frecuente la existencia de trabajadores pobres, es decir, personas v
inculadas al mercado, con trabajos más o menos estables, pero cuyas condiciones de trabajo no les permiten sobrevivir a lo largo de un mes, dados sus condicionamientos de v
ivienda, familiares o de movilidad.
El punto de v
ista que hemos v
enido sosteniendo aquí es que lo que denominamos como “crisis”, es algo mucho más profundo y estructural. Es desde esa perspectiva de “cambio de época” desde la que afirmamos que las políticas en materia de empleo son hoy un ejemplo de obsolescencia. Siguen estando diseñadas desde instancias departamentales especializadas y estancas, con poca transversalidad y una clara inflexibilidad a la hora de adaptarse a los cambios que se suceden v
ertiginosamente. Y, además, lo hacen sin tener en cuenta las claras necesidades diferenciadas de cada territorio. Entendemos, por el contrario, que el éxito de las políticas de inserción de colectivos en riesgo cada v
ez más extensos, pasará inexorablemente por la capacidad de instituciones, entidades y otros colectivos implicados en el tema, de diseñar estrategias de respuesta combinadas e individualizadas, reconociendo la heterogeneidad de estos colectivos y la falta de perspectivas claras o de certidumbres sobre la evolución futura del mercado de trabajo.
Por otro lado, las instancias y empresas de inserción ocupacional v
inculadas a la economía social (que tienen mejores tasas de resiliencia en momentos como los actuales) han v
isto en buena medida mermada su capacidad de actuación tanto por los fuertes ajustes presupuestarios como por el cambio de ciclo económico. La premisa sobre la cual se asentaban los programas v
inculados a la inserción (formación primero, ocupación después) dejan de tener sentido en un contexto de carencia generalizada de puestos de trabajo. En este sentido no resulta fácil encontrar filones de ocupación y sectores emergentes dentro de la economía social que puedan suponer una salida para el colectivo de jóvenes con problemas de empleabilidad. No obstante, las entidades del Tercer Sector o de la economía social, acostumbran a ofrecer un v
alor añadido de servicio a la comunidad, de orientación e integración social. Es aquí donde la dimensión territorial cobra especial relevancia en nuestro estudio: las más claras experiencias de éxito y de resiliencia se encuentran en iniciativas realizadas desde y por el territorio, con la importancia del trabajo integral y de la cooperación entre actores y redes de actores sociales implicados e insertos en lo que podríamos denominar ecología social del desarrollo.
En cuanto a la emprendeduría, a pesar del mucho ruido desplegado en su promoción, el análisis de las trayectorias de v
ida muestra que sólo un perfil minoritario de jóvenes reúne las condiciones necesarias para crear su propio trabajo. Son aquéllos que pese a encontrarse sin empleo tienen un nivel formativo elevado y un apoyo familiar que le permite asumir riesgos. Pero incluso en estos casos, las trabas de carácter burocrático-administrativo dificultan mucho el proceso, como demuestra la gran y rápida mortalidad de este tipo de iniciativas.
En definitiva, se necesita una mayor coordinación entre esferas de gobierno (administración estatal, autonómica, local), con la inclusión de todas las partes implicadas, priorizando la capacidad de decisión de las instancias más cercanas a los problemas, incluyendo tanto a las personas afectadas como a los profesionales que trabajan ‘a pie de calle’, y teniendo en consideración la multidimensionalidad del fenómeno (desempleo, educación, formación, ámbito familiar y relacional). Una más estrecha colaboración entre la administración y las entidades de la economía social resulta de v
ital importancia para mejorar y dar respuestas al fenómeno del desempleo y riesgo de exclusión social de jóvenes.
En este sentido, las experiencias que mejor parecen funcionar son aquellas generadas de forma casi artesanal, con fuertes dosis de v
oluntarismo, de conocimiento del terreno y de los recursos disponibles, con capacidad de resolver no sólo problemas laborales, sino también familiares y de inserción social. Esto nos lleva a proponer iniciativas que más allá de dedicarse a los jóvenes cuenten con ellos. Mejor hablar de jóvenes y sus familias que partir de lógicas genéricas de «juventud». Mejor pensar en etapas formativas y de trabajo dinámicas y complementarias que en departamentos estancos de formación y trabajo. Es imprescindible reconocer que se precisan actuaciones más integrales y territorializadas.